El domingo 20, desde la provincia Dajabón, zona fronteriza con Haití, el presidente Luis Abinader anunció el inicio de las labores constructivas definitivas de lo que llamó “verja inteligente”, o muro, la tan añorada, por algunos, barrera de hormigón y acero que se supone permita el control de los pasos en ambas direcciones y sobre todo, evite las migraciones ilegales y otros hechos delictivos que desde hace mucho tienen lugar por esa y otras zonas fronterizas.

Las razones esgrimidas por el señor presidente Abinader, y que justificarían esta cuantiosa inversión de recursos, es que “beneficiará a ambos países ya que permitirá controlar de manera más eficiente el comercio bilateral…Regulará los flujos migratorios, combatirá las mafias que trafican con personas, hará frente al narcotráfico, la venta ilegal de armas y protegerá las crianzas y sembrados de los ganaderos y productores agrícolas…”
La construcción del muro va acompañada de otras medidas, como la instalación de un sistema avanzado de control biométrico en los pasos autorizados.

Como todos saben, este muro ha sido objeto de debate por parte de las fuerzas políticas y sectores de la vida nacional. Sus promotores han encontrado siempre objeciones y críticas, especialmente porque se alega que existen otras prioridades de la vida social que ameritan más atención, recursos y esfuerzos, temas estos que podrían ser objeto de análisis y debates más allá de las razones y consecuencias del referido muro.

Desde nuestra visión, a este tema del muro le damos otra connotación. La historia de muros similares en el mundo ha demostrado que, por lo general, nunca han alcanzado los objetivos alegados por quienes los erigen y terminan siendo testigos mudos de la inoperancia y cementerios de recursos derrochados. Así ocurrió con la Gran Muralla China, que fue incapaz de impedir las invasiones tártaro-mongolas; el Muro de Berlín, que no pudo evitar la caída del socialismo en la otrora República Democrática Alemana; el muro en la frontera sur de los Estados Unidos, que no ha podido detener los flujos migratorios indetenibles, ni al narcotráfico, ni al tráfico ilegal de armas, como tampoco ha justificado su construcción el levantado por Marruecos para detener la lucha independentista del pueblo del Sahara Occidental.

El muro o “verja inteligente”, que ya se construye entre Haití y República Dominicana no será una excepción, con la agravante de que la situación del vecino país muestra señales de evidente deterioro y nada ni nadie impedirá que miles de haitianos sigan intentando mejorar la calidad de vida de ellos y sus familiares atraídos por nosotros, la nación vecina que ha logrado otros niveles de desarrollo, aunque desigualmente repartido. Mientras exista esa disparidad o brecha, no hay manera de detener o revertir esa tendencia, a no ser que se acometa por la comunidad internacional, y especialmente por los factores internos haitianos una verdadera labor de reconstrucción nacional, basada en la sostenibilidad, el desarrollo y la justicia social.

Mientras en Haití haya, como hay, pobreza, hambre, miseria, enfermedades incontroladas, subdesarrollo, marginalidad, inseguridad y quiebre de las instituciones, especialmente del Estado, con muro o sin muro, seguirán arribando contingentes de hambrientos y desesperados para vender su mano de obra, en condiciones muchas veces indignas o de semi esclavitud, a avispados empresarios dominicanos que, dicho sea de paso, nadie controla ni les exige que cumplan nuestras leyes. Ahí si se justificarían controles más estrictos y destinar recursos para restablecer la legalidad desafiada.

Más que muros, lo que necesita el mundo son puentes. Claro que las leyes deben ser cumplidas y los intereses nacionales preservados, pero con imaginación, estrategias claras, creatividad y audacia: los muros incomunican, desarticulan, separan, son el pasado y el fracaso; los puentes unen, comunican, juntan, representan el futuro, en el marco de los procesos de integración regional y continental.

Para República Dominicana es de creciente importancia estratégica contar con un vecino estable, seguro, ordenado y próspero, todo lo cual es condicionante para su propia prosperidad, seguridad y desarrollo. No está en nuestras manos resolver los problemas de esa nación vecina, pero si podemos propiciar y estimular en la arena internacional, como lo está haciendo actualmente el presidente Abinader, un esfuerzo mancomunado para que se apoye su ineludible reconstrucción, en lo cual cuenta con nuestro reconocimiento y poyo. Muchos han lucrado, y lucran, con la miseria y sufrimiento de ese pueblo y aunque aparenten ayudar, se ayudan primero a sí mismos. Haití no es u motivo para lucrar, sino una urgencia de carácter global.

A República Dominicana le convienen las puertas, no los muros. Hemos sido una nación siempre abierta al mundo. Nuestro pueblo es amistoso y hospitalario como pocos. Nuestra historia ha sido la historia de quienes han sabido defender su suelo, su patria, su libertad y su dignidad sin necesidad de exclusiones. En el caso de Haití, que prevalezcan estos principios.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas