El domingo en la noche, uno de los jóvenes con los que trabajamos, me expresó algunas inquietudes sobre las próximas elecciones. Le fui honesta en las certezas que tengo igual que en las dudas. Y admito que una de las preocupaciones que más tengo alrededor de los próximos comicios es la baja participación de las mujeres en torno a puestos de decisión.
Al hacer un pequeño levantamiento para este artículo confirmé una tendencia que había observado: aunque hemos avanzado en el país, seguimos con profundas desigualdades.
Cito dos casos sencillos, 110 hombres aspiran a curules en el Senado de la República, frente a 14 mujeres. Al mismo tiempo, de las nueve candidaturas presidenciales, siete corresponden a hombres.
Por eso me generan muchas preguntas los resultados del Índice de Paridad Política (IPP) de Atenea realizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que indican que la República Dominicana tiene un puntaje de 49.2 sobre 100 en lo que concierne a la participación de la mujer en la política. Desde el punto de vista estadístico, sí, ese resultado es innegable. Pero si vamos a ver cuál es la participación que tienen las mujeres, entonces nos encontramos con un panorama menos prometedor.
A nivel presidencial las mujeres participan como vicepresidentas. En el plano municipal, principalmente como vicealcaldesas y puestos de suplentes en las regidurías. Es decir, sí participan, pero con escasa capacidad de toma de decisión, aunque peor es nada.
Los resultados de las pasadas elecciones municipales lo establecen con mucha claridad. Aunque se mejoró en relación a las elecciones de 2020, la representación femenina en estos comicios fue del 42.84%. Y hoy por hoy, el Senado de la República tiene una participación femenina de sólo el 12%, mientras que la Cámara de Diputados posee un 25%.
Somos una democracia representativa. Teóricamente, como ciudadanía deberíamos tener representaciones proporcionales a nuestra participación demográfica; lo que significa que, si más del 50% de la población dominicana es femenina, nuestros puestos de decisión deberían igualmente estar ocupados en una proporción similar.
Sin embargo, hasta hace poco, nuestro sistema de partido amenazó mucho más la participación de las mujeres al pretender que la cuota femenina del 5% se efectuara como conglomerado a nivel nacional y no en función de los territorios. Dicho de otra manera, se pretendía que hubiera cinco por ciento a nivel país y no cinco por ciento en cada demarcación. Felizmente, el Tribunal Constitucional evitó este ataque.
No obstante, todas mis dudas siguen presentes. Las propuestas de las candidaturas al Congreso, en general apuntan contra la mujer. En ocasiones porque son mujeres defendiendo causas contra las mismas mujeres, en otros casos porque son hombres que históricamente han tenido una conducta contraria a los discursos que hoy puedan manifestar.
¿Significa eso que no hay propuestas que representen los derechos de las mujeres? No, lo que significa es que como país son tan escasas e improbables las opciones de participación equitativa que tienen las mujeres, que el hecho de ver candidaturas femeninas parece un triunfo en sí mismo, cuando debería ser lo cotidiano y esperable. En fin, otro día hablamos del significado de representatividad, que ahí hay muchos ¡ay! que contar.