Es tanta la asimetría en la visión del acontecer nacional que a veces se tiene la impresión de que existen dos realidades que están siendo observadas por distintos grupos, pero como sabemos es la misma, debemos aceptar que uno de ellos no está viendo lo que el otro ve.
En las últimas décadas hemos aprobado múltiples reformas, algunas de las cuales pronto sufrieron contrarreformas como la judicial; hemos creado diversas instituciones estatales con nombres rimbombantes y cambiado el nombre de otras para “modernizarlas”; hemos aumentado las provincias y municipios como si el territorio nacional hubiese crecido y hemos seguido tendencias mundiales desde protección de derechos fundamentales hasta apertura de los mercados.
A pesar de todo eso sorprende que los problemas de fondo que se debaten en el país actualmente den la impresión de que estamos leyendo periódicos de ayer, pues siguen siendo los mismos: la sempiterna crisis eléctrica, la “urgente” necesidad de una ley de partidos, la inmigración haitiana bajo la complicidad o patrocinio de nuestras autoridades, la falta de competitividad del país, la debilidad institucional, el monopolio del transporte, la corrupción y su caldo de cultivo la impunidad.
Parecería que en lo que sí han sido muy efectivos quienes nos han gobernado en los últimos 15 años es en hacernos creer una ilusión de un país moderno, de un gobierno electrónico rebautizado como República Digital, de un Estado Social Democrático de Derecho con una Constitución publicitada como una de las más avanzadas de la región; cuando en la realidad seguimos teniendo un sistema presidencialista, en el que la separación de poderes es una ficción, en el que los servicios públicos más esenciales siguen siendo deficientes, en el que el cumplimiento de la ley es una opción para la autoridad pero una obligación cada vez más pesada para los administrados y en el que los caprichos pueden más que la Constitución, las leyes y las instituciones.
Nos han vendido la idea de un sector público sometido a controles mediante normas presupuestarias, de compras y contabilidad, que solo complejizan el quehacer de aquellos que se preocupan por hacer las cosas bien, mientras son desfachatadamente incumplidas por otros sin ninguna consecuencia; como evidencia el caso de la construcción de Punta Catalina, la cual el gobierno decidió que por ser declarada de emergencia está fuera de la ley de Compras, a pesar de que la misma establece de forma precisa cómo hacer uso de esa excepción, y se ha llegado al absurdo de que funcionarios declaren que la constructora ODEBRECHT tiene suspendido su registro como proveedor del Estado y por eso están paralizadas múltiples obras, mientras sigue entonces
“habilitada” para terminar las plantas.
Igualmente han sido eficaces en hacer creer que las cosas pueden marchar mejor siendo manejadas por el Estado, cuando históricamente está demostrado que no es así, pero para eso han contado con un poderoso aliado, el clientelismo, el cual no solo abulta la nómina sino que también compra voces de opinadores y suma apoyos de distintos sectores.
Y no solo se trata de que nos quieren hacer ver como realidad aquello que no estamos viendo, sino que muchas veces lo hacen exhibiendo una actitud arrogante, que puede llegar a atropellar y a cerrar la razón, lo que se acentúa cada vez más por el enorme poder que controlan y la actitud genuflexa de algunos actores.
Por eso seguimos dando vueltas en círculo alrededor de los mismos vicios y problemas, como el animal que intenta morderse la cola, lo que no nos conduce a ninguna solución y peor aún solo provoca que entre vueltas y vueltas aumenten los problemas y las cuentas.