Estadio Quisqueya Juan Marichal

El pasado sábado Juan Arturo Recio, abogado, me ganó un debate en Míster Deportes Radio respecto al nombre del principal estadio de béisbol en nuestro país. Yo decía que por ley le quitaron la palabra “Quisqueya” y él me demostró que no.

Ya hace 10 años que se llama “Estadio Quisqueya Juan Marichal”, y todavía hoy muchos están confundidos.

El proyecto de cambiar la manera de identificarlo tuvo que ser sometido al Congreso, por ser una propiedad del Estado dominicano.

Muchos entendíamos que sesenta años después de su primer bautizo, se hizo un cambio de nombre para honrar al primer pelotero dominicano que ingresó al Salón de la Fama de Cooperstown.

Y aunque tuvo que legislarse para lograr el objetivo, lo cierto es que simplemente se le agregó el nombre del inmortal, como una coletilla.

En el año 2013, Reynaldo Pared Pérez, en su condición de presidente del Senado, convirtió en ley un proyecto que empezó en la Cámara de Diputados donde cambiaban el nombre de “Estadio Quisqueya”, por “Estadio Quisqueya Juan Marichal”.

Para algunos, como mi estimado amigo Ramón Colombo, ese movimiento carece de sentido. Incluso, él invita a la prensa deportiva a que cada vez que nos refiramos a la instalación no mencionemos la palabra “Quisqueya”.

Sin embargo, la referida ley no solo menciona esa palabra, si no que dio un plazo de seis meses para cambiar el rótulo que identifica la instalación, así como para que se colocase una estatua de don Juan en el frente.

Esto ha confrontado opiniones de aquellos que ven el nombre del pelotero como suficiente y de los que piensan que quitar la palabra de origen Taino borraría parte de la historia.

De mi lado, creo que es poco lo que se ha hecho con Don Juan Marichal para agradecer la estatura que nos dio como país, y su nombre por sí solo honra nuestra identidad.

Si el deporte es mente sana en cuerpo sano, como dice la expresión, nunca tendremos la manera de cuantificar y agradecer los influenciados positivamente por él. Pedro Martínez, por ejemplo, ha dicho que soñó y logró llegar a Cooperstown gracias al ejemplo del “dandy” de Monte Cristi.