Aunque muchos no lo entienden, ni lo ven así, la participación de los dominicanos en juegos olímpicos terminó con un balance positivo de tres medallas, una de oro y dos de bronce, con una delegación de 57 atletas.
Solo fueron tres preseas en el medallero final, pero nos colocamos en la posición 59, mejor que otros países que llevaron delegaciones más numerosas que la nuestra, como México, por ejemplo.
En su caso, 109 aztecas pisaron el suelo francés cosechando 5 insignias, 3 de plata y 2 de bronce, quedando en el lugar 65, por no alcanzar ningún oro.
Son muchos los factores que incidieron en estos resultados, como por ejemplo los incentivos metálicos que ofrecieron las autoridades y que por primera vez se entregaron en dos partidas, superando a los ofrecidos por cualquier otro país del continente americano.
La primera parte fue una dieta para todos los clasificados de $100,000 pesos antes de viajar, algo nunca visto. La segunda, una danza de millones que todos conocemos, en una escala ascendente de acuerdo al color de la medalla.
Pasado el evento, el gobierno anunció que entregó 34 millones de pesos a los medallistas, sus federaciones, y sus entrenadores.
De seguro que esto debe motivar a otros para tratar de alcanzar el sueño olímpico, influencia que deberíamos valorar más, que las que tienen los “cadenuses” en los barrios.
Por eso debemos mencionar como agradecimiento al Ing. Francisco Camacho, representante del gobierno en su condición de ministro de deportes, así como también a Felipe “J” Payano, quien fue el gran propulsor del sistema de reconocimientos.
Igualmente debemos dar crédito al sector privado a través del programa “Creando Sueños Olímpicos” (CRESO), que como el dador alegre que menciona la biblia, favorece a esos atletas con posibilidades de clasificar, ayudando con los recursos necesarios para los entrenamientos, fogueos y competencias previas.
Los incentivos son buenos, y como diría mi gran amigo Urbano Alba, deberían extenderse a aquellos que aunque no lograron medallas, colocaron a nuestro país en una elite mundial, como lo hizo Alexander Ogando con su quinto lugar en los 200 metros planos.