El 28 de junio de 1952 la finlandesa Armi Helena Kuusela ganó la primera corona de Miss Universo, a los 17 años. El evento buscaba hacer frente a la atención que acaparaba un certamen de belleza británico llamado Miss Mundo.
La iniciativa estuvo impulsada por trajes de baños Catalina’s y el ayuntamiento de Long Beach. La creación del certamen surgió como una estrategia para promocionar los bikinis de la marca, en alianza con empresas como Universal, de ahí el nombre del concurso.
¿Por qué la referencia histórica? El pasado sábado se realizó la celebración de la 71ma gala del Miss Universo, y contrario a otros años, esta edición captó la atención de múltiples sectores. Por un lado, hubo muchas manifestaciones de orgullo ante lo lejos que llegó la candidata dominicana, por el otro, ha habido un gran descontento por la elección de Miss Estados Unidos como ganadora.
Hay tres aspectos que me gustaría destacar de este contexto. El primero tiene que ver con los objetivos del certamen:
Si bien en un principio se trató de usar a las mujeres como escaparates andantes para exponer los bikinis Catalina’s, con el tiempo se le imprimió una narrativa basada en el activismo social. Estas mujeres asumieron contratos de acciones vinculadas al desarrollo de comunidades altamente vulnerables y a la realización de eventos de recaudación de fondos para determinados proyectos.
Ese fin justifica cierta parte del espectáculo. Claro, si se deja de lado el hecho de que sigue siendo un show para exponer a mujeres como reses de una carnicería.
El segundo aspecto tiene que ver con lo que busca instalar como canon de belleza el Miss Universo. En su portal habla de belleza física, postura, elegancia, comunicación y activismo social.
Desconozco la trayectoria de activismo social de la representante de República Dominicana en el contexto local, y mucho más, la de las demás participantes en sus respectivos países. Sería interesante que se destaquen en mayor medida sus aportes al momento de aspirar a la corona.
Lo cierto es que, en sentido general, las críticas hechas a la ganadora de este año tienen que ver con su belleza. En redes sociales dicen que es más fea que la dominicana. María Celeste Arrarás, que ha sido jurado otros años, opinó que la ganadora no merecía el premio y algunos humoristas han hecho chistes preguntándose si la foto de la Miss Universo es la de un hombre o de una señora mayor.
Curiosamente no he visto a nadie opinar respecto al desenvolvimiento de la concursante dominicana. Puede que efectivamente sea más atractiva, pero sus respuestas fueron más titubeantes, con menos aplomo. Como dijo hace poco la comunicadora dominicana, Isaura Taveras, en ese escenario tú ni siquiera escuchas bien, a causa de los nervios. Justamente por eso, mantener la postura y la capacidad de comunicar bajo presión es un mérito a tomar en cuenta.
Con todo, el tercer elemento a destacar, va más allá de la carnicería o de si la que ganó era merecedora. Tiene que ver con la diplomacia, el discurso político. Fuera de cualquier ánimo conspiranóico, es posible comprender un discurso político detrás de un certamen como este. Estados Unidos es el país que más coronas de Miss Universo ha ganado en la historia, nueve con esta.
Asimismo, en el último año ha recobrado parte de su influencia política en el escenario internacional. La industria del entretenimiento siempre ha servido para que los países instalen valores de identidad en distintos escenarios.
En la primera etapa del siglo XX lo hicieron los grandes pistoleros de los Westerns y figuras como Elvis Presley. Posteriormente fueron los deportistas, incluso la República Dominicana utiliza a sus peloteros como un canal para impulsar estos elementos culturales.
Que este año haya ganado la participante de Estados Unidos es un impulso a la promoción de unos valores culturales puntuales. Desde hace tiempo la franquicia del Miss Universo habla de inclusión, diversidad y apertura, así como redefinición de ciertos cánones de belleza.
¿Significa que dejará de ser un escaparate para exponer a las mujeres como piezas de carne? No, quiere decir que poco a poco amolda sus criterios a los valores de las nuevas conversaciones y en ese intervalo, se aprovecha para expandir el diálogo político desde el poder blando. Durante todo 2023 habrá una estadounidense en Tailandia y zonas cercanas, compartiendo con empresarios, políticos y activistas por la paz mundial y el bienestar social, ironía al margen.