De no estar en juego el destino de la humanidad, y no saber del carácter de la obstinación del presidente Trump y su equipo de gobierno, movería a carcajadas la más reciente amenaza contra la República Popular China promovida por el secretario de Estado, Mike Pompeo, tan obstinado como su jefe, esa donde se afirma que su gobierno “…ha comenzado a dar los pasos para construir una coalición global contra la nación asiática, por constituir una amenaza para los países de Asia, África y Sudamérica.”
Se trata de un nuevo bluf de la gestión Trump. Con su habilidad de jugador tramposo, Pompeo intenta pasarnos gato por liebre, dando una imagen de liderazgo global que la Administración norteamericana que representa hace tiempo perdió, para no recuperar jamás. Y si alguien tiene dudas al respecto, que vuelva a ver el bochornoso primer debate presidencial sostenido la noche del martes 29 de los corrientes, entre Donald Trump y Joe Biden, más acorde con la actuación de dos personajes de circo, que con un debate político estratégico entre dos de las máximas figuras públicas de la, por ahora, primera potencia mundial.
Estados Unidos ha pasado de despertar respeto y hasta admiración, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, a la posición de un hazme reír del mundo. Después de haber vertebrado una tupida red de instituciones financieras a su favor, y de imponer su moneda como divisa universal, tras usar a los países europeos de comparsas y agruparías en la OTAN, después de decidir los acuerdos de la ONU, con su derecho al veto, sus repulsivas presiones y amenazas militares, de construir bases en todo el mundo, protagonizar agresiones e invasiones contra decenas de países y derrocar gobiernos democráticamente electos para sustituirlos por dictadores afines, la decadencia imperial es hoy notoria y aceptada hasta por los mismos políticos norteamericanos. Y lo mismo ocurre en la economía, la innovación, la diplomacia y un sinnúmero más de renglones donde otros países, y especialmente la República Popular China, los han sobrepasado, o están al lograrlo.
Dice Pompeo, que China se ha aprovechado de la ayuda norteamericana a su economía, iniciada durante el gobierno de Richard Nixon en la década de los 70, para “morder las manos internacionales que la alimentaban desarrollando un ejército fuerte y amenazador.” De ser cierto, debemos recordar que “quien le roba a ladrón, tiene cien años de perdón.” El gobierno de los Estados Unidos no tiene moral para hablar de respeto a principios, de lealtades ni de caballerosidad en la esfera internacional. Todos sabemos, y la historia atestigua, que el imperio no tiene amigos, sino intereses, que es capaz de cualquier felonía por sacar ventajas de los demás, incluyendo a sus aliados.
Al desastroso gobierno de Donald Trump, probablemente le queden unas semanas en el poder, tiempo insuficiente para la tarea imposible de armar una coalición global contra China, como si esta no tuviese sus aliados y no ocupase un lugar prominente en la esfera internacional, sitial que se ha elevado en medio de esta pandemia, que precisamente ha puesto de manifiesto las enormes carencias y debilidades de los Estados Unidos en manos de depredadores, en el ocaso de su poder.
Para organizar una coalición semejante se necesita liderazgo, de lo que se carece; se necesita moral y prestigio, que brillan por su ausencia; se necesitan aliados fieles, que ya no existen, maltratados, irrespetados y abandonados a su suerte en medio de esta crisis, y se necesita un rival débil, que no es el caso de China.
Y, por si todo esto fuese poco, finalmente se necesita un estratega geopolítico del calibre de Henry Kissinger, independientemente de su cantinflesco ejercicio e historial internacional. Si todo lo que la administración Trump tiene en este, su momento de agonía, es un provocador obstinado, que se alardea en una figura existente solo en su propia cabeza, como lo es Mike Pompeo, la coalición soñada contra China no pasará del reino de la ciencia ficción de un imperio obstinado, en su etapa otoñal.