El periodismo no es más que una extensión del derecho de los ciudadanos a expresarse libremente a través de los medios en sus distintas modalidades. Reducirlo a la posesión de un título de una escuela de comunicación, o al dominio de una técnica, constituiría un peligroso establecimiento de la censura, imperdonable, además, si la iniciativa proviene de una entidad formada por personas que lo ejercen al amparo o protección de un pergamino universitario o un cargo en un grupo formado por periodistas.
El Colegio Dominicano de Periodistas (CDP), organización supuesta a oponerse a toda forma abierta o velada de restricción de las libertades de expresión y de prensa, llegó a sugerir extrañamente en un comunicado hace dos años lo que el más acérrimo adversario del periodismo crítico e independiente, haya jamás propuesto: limitar esa labor a quienes, de acuerdo con la entidad, tienen habilidad especial para la faena. La profesión, dijo el colegio, “ha sido invadida por personas sin el mínimo dominio de las técnicas para ejercerla”. ¡Eureka! Mañana planteará que el oficio solo se le permita a los que se afilien a la organización, el modelo de colegiación obligatoria que cercena el derecho elemental de libre asociación, consagrada en la Constitución dominicana y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El colegio pasa por alto que muchos de los más grandes periodistas de la historia llegaron a los medios sin un mínimo conocimiento del oficio, algunos como mensajeros incluso; que la diversidad como en toda otra actividad humana, es esencial a su desarrollo y que probablemente alguno que otro miembro de su propia directiva pudiera no haber trabajado nunca en un medio, asistido a una escuela de periodismo o poseer el dominio de la técnica por la que implora.
La limitación que propone el CDP lo convertiría en el Catón del periodismo nacional. El guardián de una moral inexistente.