En las tres últimas semanas, mientras estuve fuera del país, aparentemente se avanzó en la aprobación de la ley de partidos, cuyo objetivo es crear las bases del funcionamiento ordenado del sistema político. Con esa ley se aspira evitar muchos de los vicios y prácticas cuestionables que caracterizan el quehacer político cotidiano. A pesar de ello, como tantas otras veces en el pasado, los peldaños avanzados reflejaron la falta de voluntad para caminar juntos en pro de una meta común. Si esa ausencia se prolonga, el producto final responderá a una facción y no quedarán razones posteriores para la queja.
Los recelos entre las distintas fuerzas políticas lograrán frenar otra vez las intenciones de laborar en las áreas de coincidencia, paradójicamente más amplias que las diferencias, casi siempre de puro matices. Si algo está claro entre nosotros es la ausencia de diversidad ideológica en el espectro político, pues los grandes partidos se ubican todos en el conservadurismo de derechas. Aquello de socialdemocracia, democracia cristiana y centro derecha o de izquierda es pura pretensión, como lo es también en mayor dimensión lo de “progresistas” de lo que se ufanan los grupos más ultra conservadores.
La tendencia a perder por incomparecencia es notable en el historial político dominicano. Ha sido la nota predominante en muchas de las grandes discusiones. Y explica la razón de no haber logrado los consensos necesarios para alcanzar un gran acuerdo nacional fundamentado en el examen de las prioridades, tanto económicas y sociales, como políticas e institucionales. Si algo demuestra la discusión de nuestros grandes temas, para lo cual requerimos todavía de influencias confesionales, es la falta de madurez del liderazgo político, que todo lo resuelve hablando y hablando en los medios, sin intentar los heroicos pasos que demandan las situaciones difíciles.