Cada época tiene sus formas de represión y la tiranía se ejerce de distintas maneras. El final de la guerra fría, a punto de resucitar, hace difícil en estos tiempos modelos al estilo de un Trujillo, un Pérez Jiménez o un Somoza, pero no imposible. Para muestra tenemos los casos de Cuba y Venezuela, donde la libertad no existe en uno y está al borde de perecer en el otro.
Los gobiernos en todas partes poseen recursos para frenar la iniciativa individual e imponer la arbitrariedad como norma de vida política, como tantas veces pudieron hacerlo en el pasado. La sutileza de algunos métodos no los hace menos brutales y perniciosos. Ese poder aniquiló en Cuba el papel de los ciudadanos en el desarrollo de la sociedad y en Venezuela lo ha reducido al máximo. Hay también países en donde habiéndose cercenado la libertad empresarial, sobrevivieron los empresarios y hasta prósperas empresas en un sentido nominal. Ya no se necesita suprimir la iniciativa libre para de hecho eliminarla.
Un régimen de libre empresa no consiste únicamente en la tenencia en manos privadas de una considerable parte de los medios de producción. Los empresarios, puede darse y se da ese caso en la Venezuela chavista, aún podrían mantener el manejo de sus empresas no obstante haber perdido la propiedad efectiva de ellas. ¿De qué sirve en ese país a un productor sembrar, tomar prestado para financiar sus cosechas con todos los riesgos que conlleva, si el Estado después dispone qué hacer con los frutos de la misma?
Bien entendido, un régimen de libre empresa debe garantizar al productor, cualquiera sea su área de actividad empresarial, un manejo sin trabas de su negocio. Por lo general, los controles y la intervención estatal en la economía, se justifican en motivaciones de carácter social. Sin embargo, sabemos por experiencia y observación que esas políticas de caridad pública erosionan la libertad y perpetúan la pobreza.