Juan Bosch solía referirse al “atraso político” del pueblo y en gran medida su afirmación posee vigencia todavía, a pesar del tiempo transcurrido y el de su muerte. Pero parte de la responsabilidad por ese atraso corresponde a los partidos políticos y a sus dirigentes, porque una de sus misiones ha debido ser siempre la de educar a la gente en materia cívica y política. Esa es una faceta relevante de sus responsabilidades como líderes que la mayoría de los políticos, ha desestimado, tanto en el gobierno como en la oposición a lo largo de las últimas décadas. La labor educativa dentro del ejercicio de la actividad política nacional ha sido deprimente; virtualmente nula.
Si la mayoría de la población carece de un conocimiento sólido de sus deberes y responsabilidades se debe en parte a que sus dirigentes no le han conferido valor a ese elemento vital de la formación democrática del pueblo. Probablemente también, porque muchos de ellos mismos desconocen los límites individuales de esos deberes y derechos, razón que explica la facilidad e impunidad con que aquí se violan, se pisotean o se pasan por alto en situaciones decisivas para la nación, esos atributos del sistema. Casi todo el esfuerzo de instrucción de las militancias ha sido dirigido a enseñarles su “obligación” de acudir periódicamente a mítines y desfiles y a palmotear consignas carentes de sentido.
El proselitismo dominicano, como en el resto de Latinoamérica, ha sido siempre más dado a estimular los instintos y las bajas pasiones que a otro tipo de actividad más enaltecedora. Como resultado de nuestro atraso y el desconocimiento cabal de los deberes y derechos ciudadanos, las oportunidades democráticas han quedado restringidas a un estrecho cuadro que la hace ineficaz y poco atractiva a los ojos e intereses de grandes masas de población, ajenas por completo a sus virtudes. El escenario ideal para los falsos redentores.