Dicen que se llega al lugar deseado tomando a veces el camino equivocado. Me sucedió cuando sentí que había encontrado mi verdadera vocación, que ha sido la del periodismo y con ella más tarde la investigación histórica. Fue en el segundo del bachillerato, cuando el teorema de Pitágoras casi me deja sin neuronas. Eso de que en todo triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos, no venía conmigo. Lo digo en serio. Tener que emburujarme con aquello de que en todo triángulo rectángulo si la dimensión del cuadrado de la hipotenusa es C y las longitudes de los catetos A y B, la fórmula sería c es igual a a+b, o b sería igual a c menos a y por tanto a a c menos b, y con todo ese mundo que de ello se desprendía, me decía ya que tenía que ganarme la vida de otra manera.
Mis notas en matemáticas si bajaban más podían encontrar petróleo. Y eso de trigonometría, ¡uf! mejor ni hablar. No era el caso de mi hermano Luis, el mayor, ingeniero civil, ex decano de agronomía y veterinaria de la universidad estatal, maestro en números y autor de importantes libros útiles para la enseñanza de esa ciencia, que deberían ser textos escolares, como tampoco los de mis dos nietas, y otros miembros de la familia.
Mi desinterés por las matemáticas y otras ciencias, no me hablen de física por favor, no quita que admita que el estudio de esas disciplinas deben encabezar los objetivos de la enseñanza escolar y universitaria, si queremos realmente convertirnos en una nación desarrollada, con un puesto asegurado en el futuro.
Recuerdo una vez que don Rafael Herrera le comentó a alguien en la redacción que teníamos más poetas que agrónomos y espero que los primeros no se ofendan con la observación. Lo cierto es que el sistema educativo privilegia estudios que en esta época no ayudan a resolver lo que la globalización nos exige.
Ahí residen algunos de nuestros grandes desafíos.