En referencia al creciente flujo migratorio desde el vecino país, un lector me expone las causas de su preocupación por la inmigración ilegal hacia esta parte de la isla. En su correo, el lector cuenta una experiencia propia, de manera muy gráfica: “En una columna sobre este tema, usted citó tres puntos que para mí son de extrema importancia”, dice. “El número (de haitianos) que ya tenemos, el conflicto entre los dos países, que la situación lo hace más visible cada vez y, la pregunta clave ¿qué hacer con los que se encuentran en el país?”.
El lector se dice testigo presencial de cómo aumenta cada día la presencia de haitianos. Tiene más de cinco años viviendo en Metro Country Club de Juan Dolio y desde entonces tiene un jardinero haitiano. En ese tiempo su jardinero ha traído a tres hermanos, un sobrino, tres primos y varios compatriotas más. Antes del terremoto trajo una mujer con la que ya tiene un niño y después del terremoto la mujer fue a Haití y trajo a un hermano y tres hijos que tenía con otro hombre. Un hermano del jardinero se trajo a su mujer con una niña y su cuñado. Esto es solo una pequeña muestra. Asegura que el jardinero le contó que en Los Conucos (un poblado cercano) “hay más haitianos que en Puerto Príncipe”; una exageración por supuesto.
La descripción es dramática y puede parecer patética, pero revela la percepción que se tiene de la masiva inmigración ilegal y de la falta de controles de todo género, policial, aduanero y sanitario, etc., y el problema que ello implica para el buen entendimiento de los dos pueblos que compartimos la isla. Hay que resaltar que, especialmente desde el terremoto, esa inmigración proviene no solo de las capas más pobres de la población haitiana. En los más caros colegios bilingües del país hay cientos de hijos de empresarios que viven en las torres más lujosas. Ricos y pobres huyen de un Haití destruido por la naturaleza y el saqueo de sus recursos.