Hoy quiero expresar mi admiración por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien ha sacudido la conciencia de sus compatriotas al condenar uno de los episodios más oscuros de su historia reciente: la persecución y posterior muerte de ciudadanos judíos. En el 75 aniversario de la redada del Velódromo de Invierno en París en la que policías franceses arrestaron a 13,512 judíos, que luego fueron trasladados a Auschwitz y otros campos de exterminio nazi, Macron dijo que afrontar el pasado criminal hace fuerte a los países. De los 3,900 menores detenidos solo seis sobrevivieron.
En presencia del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, expresó: “Es Francia la que organizó la redada y la deportación y, por tanto la muerte de las 13,152 personas de confesión judía arrancadas de sus domicilios el 16 y el 17 de julio de 1942. No hubo un solo alemán que ayudase en la redada. Es tan cómodo ver en (el gobierno colaboracionista) en Vichy una monstruosidad venida de la nada. Porque el régimen de Vichy se apoyaba en tradiciones arraigadas en la Francia de principios del siglo XX, la del racismo y la del antisemitismo. Nada de aquello nació con Vichy. Pero nada de aquello murió con Vichy”.
Macron condenó la discriminación contra musulmanes y judíos y dijo que el odio contra estos últimos adopta hoy nuevas formas, ante las cuales Francia no claudicará porque el antisionismo “es una forma reinventada de antisemitismo”.
Una admisión de culpa digna de un gran estadista, que denota la firme voluntad del gobierno francés de encarar toda manifestación de racismo y discriminación, como las que 75 años atrás llevaron a más de 10,000 inocentes a los hornos crematorios del infierno nazi. Un mensaje esperanzador contra el odio y el discurso irracional que lo fomenta. Contra la vez que “la patria de la ilustración”, según el expresidente Jacques Chirac, “entregó sus protegidos a sus verdugos”.