El crecimiento de la deuda debe ser, sin duda, un motivo de preocupación, pero el nivel que ella tiene en relación con el Producto Interno Bruto, alrededor de un 38%, es inferior al de la mayoría de las naciones latinoamericanas, ninguna de las cuales registra tasas de crecimiento económico superiores a la dominicana. De acuerdo con cifras de organismos internacionales, tanto regionales como mundiales, la deuda nacional es mucho más baja que la de México, Venezuela, Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Perú, Ecuador, Costa Rica y Uruguay, en monto y en relación con el tamaño de sus economías.
Naturalmente, esa realidad no es óbice para que el país pierda la perspectiva y se descontrole, porque una parte importante de sus ingresos se destinan ya al pago del servicio de la deuda. El caso es que el país ha podido mantenerla bajo control, mientras cumple con sus obligaciones honrándola. Y mientras la presión tributaria se mantenga estática, apenas un 14%, y el gasto tributario del gobierno represente cerca de un 6.5% del PIB, tendrá que seguir financiándose en base a préstamos, so pena de paralizar el crecimiento y poner en riesgo la estabilidad macroeconómica, que ha sido la base de la estabilidad monetaria y de la paz social que indudablemente disfrutamos desde hace décadas.
La vía para disminuir la dependencia del financiamiento externo no es otra que una reforma integral o un pacto fiscal. Pero todos sabemos que la primera requiere de un consenso político que no tenemos y la segunda de una concertación de intereses mucho más difícil. La deuda ha ido creciendo no solo por efectos de préstanos internacionales, sino también por efecto del déficit fiscal, que en los primeros ocho meses del 2012 alcanzó una cifra record equivalente a más del 6% del PIB, que ha ido disminuyendo hasta poco más de un 2 %, para finales de año, y que se espera siga disminuyendo en el presupuesto del 2019.