Las protestas de mujeres en ciudades de Estados Unidos y de otras partes del mundo, demuestran el inmenso y creciente poder de las redes en las decisiones ciudadanas. Esta irrefutable realidad se ha confirmado en el país como un efectivo vehículo para organizar reclamos públicos al gobierno y, sin duda, como el más barato y rápido método de convocatoria para marchas y manifestaciones políticas. Cada día las redes sociales ocupan el espacio que han ido perdiendo de manera paulatina los medios de comunicación.
El hecho es que el poder de penetración de las diferentes modalidades que existen en las redes es mucho mayor que los medios tradicionales como periódicos y revistas e incluso que la televisión y la radio, por la sencilla razón de que cada portador de un pequeño aparato telefónico es portavoz de una información o autor de un comentario capaz de moverse por todo el mundo en tiempo real, a una velocidad mayor que la del sonido.
Los ciudadanos, sin importar el lugar donde trabajen o estudien, poseen a través de las redes capacidad de influir en los acontecimientos de sus comunidades y países, sin tener que moverse de sus hogares y centros laborales. Ya ese tremendo poder había quedado de manifiesto en los movimientos a favor de la democratización, penosamente truncadas, de muchas de las teocracias del mundo árabe.
Las redes han fortalecido el ámbito de las libertades, puesto que a las dictaduras les resulta ahora más difícil controlar la opinión pública, pues no basta con encarcelar o exiliar opositores y periodistas, cerrar medios o imponer la censura, para acallar las voces disidentes. El problema consiste en que las redes se han convertido también en un refugio de la mediocridad, con un espacio enorme para la vulgaridad, en las que se suelen depositar las peores expresiones de miseria humana. De hecho nadie queda a salvo a ellas.