Debido a la mala memoria de los dominicanos, causa de muchas de nuestras desgracias, existe todavía en algunos sectores la intención de replantear moralmente el tema de la tiranía, con el insano propósito de justificarla como una necesidad histórica de su época. Se nos pone de ejemplo el servicio exterior como muestra de la superioridad de la tiranía trujillista sobre la democracia.
Al advertir sobre el riesgo que eso supone para el sistema democrático, me atrevo a asegurar también que todo tiende a justificar ante las generaciones presentes y futuras actuaciones que de otra manera resultarían imposibles de explicar histórica, moral y políticamente. Con honrosas y conocidas excepciones, el servicio exterior durante la llamada Era de Trujillo constituyó uno de los peores y más degradantes aspectos del régimen. La inteligencia de muchos de los que formaron parte de la diplomacia trujillista hizo posible que todavía hoy miles de dominicanos vean en esa etapa oscura de nuestra vida republicana, valores inexistentes.
Con todo respeto, esos personajes a los que se atribuyen tantos méritos, quedaron ya marcados en las páginas de nuestra historia por la dimensión justa de sus propias actuaciones. Todo esto me atrae a la memoria una breve reflexión de Antón Antonov-Ovseyenko extraída de su estremecedora obra El tiempo de Stalin, y que ya había reproducido en el prefacio de mi libro Trujillo y los héroes de junio: “En algunos países la nueva generación crece sin saber nada de la antigua mitología. A los niños se les dan mitos modernos que glorifican el poderío invencible de su propia nación y que hablan de orígenes y facultades divinas de sus gobernantes; así es como nacen el nacionalismo desenfrenado y el chauvinismo extremo. Y la idolatría. Pero en este terreno artificial ¿qué crecerá ? No una generación de ciudadanos responsables, sino una nueva hornada de carne de cañón”.