Nuestro más grande desafío es encontrar la forma de conciliar los logros del crecimiento económico de las últimas décadas con una mejor y más equitativa distribución de sus frutos. Entre la aceptación de esta realidad y la voluntad para llevarla a la práctica, han mediado abismos insondables. Estamos pues obligados a encontrar la manera de alcanzar tan alto y noble propósito.
Tal vez uno de los más grandes defectos nacionales desde la fundación de la República ha sido la carencia de voluntad política para realizar aquellas empresas que demandan nuestras propias y más agudas necesidades, entendiendo ese defecto no sólo como el fruto de decisiones y políticas gubernamentales, sino más bien como la falta de vocación general para acometerlas. Este es uno de los puntos, sin embargo, en que los políticos dominicanos lucen totalmente parecidos. Por lo general saben identificar las metas sin la misma habilidad para encontrar el camino para encontrarlas.
La diferencia entre la inacción, que ha sido en el pasado la causa de muchos de nuestros males, y el correcto encauzamiento, es una voz de marcha dictada a tiempo. La gravedad de nuestros problemas hace ya un imperativo la toma de decisiones inmediatas tanto a nivel público como privado a fin de evitar mayores consecuencias sociales y no se trata de una decisión que pueda tomar unilateralmente el gobierno. La brecha ha seguido expandiéndose en el país, como resultado de un crecimiento desigual. Aquello de que habitamos una tierra de promisión, suena hueco a los oídos de cientos de miles de padres de niños famélicos, que anualmente nacen y mueren en medio de un ambiente de escasez absoluta sin oportunidades ulteriores. Es un imperativo atacar positivamente los niveles de desigualdad que han traído consigo el crecimiento y expansión de la economía y apoyar cuantos esfuerzos se hagan en esa dirección, sin mezquindades políticas.