Las migraciones consisten en un desplazamiento geográfico de gente que, buscando mejores oportunidades económicas o huyendo de persecuciones, decide residir en un lugar distinto. Este fenómeno se ha dado desde que la humanidad existe.
Los que salen de un sitio “emigran”, para convertirse en inmigrantes cuando llegan a su destino. En la actualidad existen varios enfoques sobre el “dejarlos entrar o no”.
Por un lado están los que creen conveniente la libre movilización. Siempre y cuando no se vaya a violentar la propiedad privada ni las costumbres del país destino, ni a vivir de subsidios estatales.
En esta línea están los que dicen: “pónganselo fácil, que entren, hagan su dinero y luego se regresen. Si les resulta muy difícil entrar, no van a querer regresar a su país de origen. Y terminarán imponiendo sus mañas, como la latinización en Estados Unidos, por ejemplo”.
Otros dicen: “impongan muros y todo tipo de restricciones. Son personas muy pobres e ignorantes, dispuestas a trabajar por menos dinero que los nacionales (y les quitan su empleo) o a delinquir para poder sobrevivir (vendiendo droga, robando y hasta matando)”.
Estos últimos entienden que el Estado que no controla sus fronteras está condenado a extinguirse.
Y luego están los políticos que los identifican como sus futuros votantes, porque saben que los pueden comprar con “asistencias”.
En medio de todo esto está la distinción más relevante: que los hay que aportan con su trabajo honesto y su creatividad. Y los hay que restan: por convertirse en parásitos del sistema o en delincuentes, o por querer imponer su atraso cultural.
El problema está en determinar cómo los diferencias cuando entran. ¿Por lindos o feos? ¿Por negros o amarillos? ¿Por tener o no título académico? (Los hay con doctorados con intención de dañar) ¿Por ateos o practicantes?
El tema es complejo.
Y se complica más aún porque hay una presión insistente y peligrosa de la ONU, del Vaticano (que jamás ha acogido a nadie), de dirigentes islámicos (que sueñan con la musulmanización del mundo) y de un sinnúmero de ong (cuyas “intenciones humanitarias” son el pretexto que disfrazan sus negocios ilícitos) para doblegar a los países prósperos a aceptar la invasión descontrolada.
Amenazándolos, si no obedecen, con procesarlos por “crímenes de odio” o con imponerles sanciones por irrespetar los derechos humanos.
Los de los inmigrantes…claro. Porque los derechos de los habitantes de estos países no cuentan. A ellos que carguen con la irresponsabilidad y corrupción de las naciones que los mandan. Y hasta los tiran al mar.