La humanidad está en deuda eterna con la vida, sin importar cuán difícil sea vivir, el solo hecho de estar y seguir de pie es un privilegio, un regalo invaluable.
No importa lo terrible que se torne cada día, ni que los problemas parezcan irremediables, o que la tristeza se haya adueñado de cada espacio, al final siempre habrá una luz al final del túnel que nos mostrará el camino a seguir para llegar a un puerto seguro.
Nacer es una bendición y un hermoso regalo. Abrir los ojos a la luz y poder contemplar la belleza y los colores del mundo, nos demuestra lo afortunados que somos. Sin embargo, lo vemos como algo común a lo que tenemos pleno derecho.
Necesitamos lecciones, grandes pérdidas, sufrimiento y dolor para llegar a apreciar todo lo que nos rodea y que nos es dado cada día, a veces sin merecerlo.
Egoístas y altaneros, pensamos que merecemos todo, el aire que respiramos, el suelo que pisamos, la brisa, la lluvia, el sol y la luz de las estrellas, somos incapaces de reconocer lo inmensamente afortunados que somos por despertar cada día.
Son tantas cosas por las que no hemos dado gracias, que se podría decir que somos unos ingratos.
Porque solo quien ha perdido la vista aprende a valorar sus ojos, solo quien pierde la salud comprende la necesidad de adoptar hábitos saludables, de cuidarse, de amar y valorar la vida.
No importa cuántas pruebas nos pongan, ni cuántas experiencias propias y ajenas traten de enseñarnos, jamás aprendemos y cuando lo hacemos, muchas veces, ya es demasiado tarde.