Como dice el famoso tango, “20 años no es nada”, pero tampoco 40, 60 o más. Por mucho que parezca, y por elevado que sea el número, la vida, siempre, al final es corta.
No importa cuántos años tenga una persona y lo mucho que haya hecho y logrado, siempre tendrá mucho por hacer, a veces, más de lo que ya ha terminado.
El ser humano, o al menos un gran número de ellos, suele dejar las cosas para después, en el entendido de que le sobra el tiempo, sin embargo, cuando viene a darse cuenta, los años han pasado tan de prisa que por más que apuren el paso no podrán terminar lo que han dejado pendiente.
Algo similar ocurre con los planes, pocos han aprendido a hacer planes a corto plazo o simplemente vivir y actuar sobre la marcha. El resto continúa sintiéndose dueño del futuro, así que están llenos de proyectos de los cuales no tienen la menor idea de cómo o cuándo los podrán realizar, pero están seguros de que siempre habrá un mañana para ellos.
Lo que ofrece, las ventajas de vivir son tantas, a pesar se las adversidades, no importa tener 100 años para desear unos cuantos años más, en el lugar y con las personas que se aman.
Cuando se trata de relatar lo vivido, a lo largo de la existencia, podría parecer texto interminable, pero en realidad es la manera más inequívoca de darse cuenta de todo lo que aún falta por hacer y de que en realidad queda menos tiempo del que ya se ha vivido.
Este corto camino llamado vida, tiene un trayecto asignado a cada cual, nada, ni nadie, por más que lo desee, puede entenderlo más allá de lo debido. Lo único que se puede hacer es transitarlo en armonía con los demás, pero sobre todo, con uno mismo.
En resumen, la vida es tan corta, lo sabemos, nos duele saberlo, pero aun así la desperdiciamos en tonterías, en dejar para después y en castigarnos, herirnos, lastimar y herir, condenar y condenarnos sin escuchar razones.