En nuestro tránsito por la vida nos toca desempeñar diferentes roles. Las distintas etapas de la existencia serían el ejemplo perfecto para sustentar la frase anterior.
Primero somos niños, el reflejo de nuestros padres y de los adultos que nos rodean, esos que sin saberlo se convierten en patrones y modelos a seguir, por lo que deben ser cuidadosos de sus actuaciones y de sus expresiones. Es la etapa de aprender y a veces de enseñarle a los demás.
El tiempo corre y nos volvemos adultos, unos lo son en el sentido extenso de la palabra, otros, solo lo son en años, pues continúan en una interminable infancia que les impide alcanzar la madurez. Aquí también, aunque seguimos aprendiendo, somos maestros para los más jóvenes y un poco para nuestros mayores que se sienten algo rezagados con aspectos fundamentales como la tecnología o algunas normas de reciente creación.
El paso de los años nos encamina hasta convertirnos en adultos mayores. Es el tiempo que nos hace, de manera inevitable, mirar varias veces hacia atrás, sin dejar de mirar hacia adelante. Para los más inteligentes, nuestra experiencia en esta etapa es fundamental, básica. Es una especie de guía.
Para otros, ese adulto mayor, aún sea su propio padre o madre, no es alguien a tomar en cuenta o a consultar si se necesita tomar una decisión importante. Un error, pues la experiencia acumulada a lo largo de la vida nos ayuda a evitar que otros comentan los errores cometidos en el pasado.
En verdad, las personas no paramos de aprender, y eso es bueno. Es más, debemos sentir el deseo de aprender cada día, pero siempre tenemos algo que enseñar, somos de manera indefectible, maestros y estudiantes. Así es como debemos asumir la vida, como un tiempo para aprender y otro para enseñar.