Hace unos días, veía la película “Liar Liar”, cuyo título en español es traducido con el nombre de “Mentiroso, mentiroso” y que protagoniza el popular actor canadiense Jim Carrey.
En la cinta, Carrey personifica a Fletcher Reed, un abogado divorciado y padre de Max, un niño adorable. Reed es un exitoso profesional y también un mentiroso empedernido, casi patológico.
Resulta, que el día de su cumpleaños, Max, cansado de las mentiras de su padre, pide un extraño deseo: “Que por lo menos durante 24 horas mi papá no pueda decir mentiras”. Por esas cosas que solo pasan en la ficción, el extraño deseo de Max se cumple.
Esto no solo le complica la vida a Fletcher en el terreno profesional, sino en la interacción con sus compañeros de trabajo, sus clientes y todas las personas con las cuales se encuentra en su camino en el trayecto de esas 24 horas. Si aún no han visto esta película deberían verla, en realidad es muy graciosa.
A simple vista, es solo una buena comedia, pero con un sentido crítico invita a una reflexión seria sobre los niveles de hipocresía con los que vive el género humano.
Sin embargo, me encantaría ver, y más que ver escuchar, a unas cuantas personas en la misma posición de ese abogado.
En verdad sería un deleite ponerlos en el aprieto de tener que decirles de frente a sus amigos, vecinos, compañeros de trabajo y de estudios, todo lo que sin piedad dicen de ellos a sus espaldas.
No tendría precio poder verlos como son y permitirles que nos describan exactamente cómo nos ven.
En el fondo, todo, por malo que parezca, por mucho que nos duela, siempre tiene algo positivo.
Muchas veces nuestros peores defectos nosotros no los vemos, son otros quienes los notan.
Quienes nos aman tratarán de que los veamos para que los corrijamos, pero aquellos que gozan con nuestros tropiezos y errores se limitarán a criticarlos y magnificarlos. Eso sí, siempre a espaldas nuestras.
La verdad es dura, lastima, es cierto, pero al final debemos reconocer que es maravillosa y liberadora, aunque es inexistente en el diccionario de algunos y para que un día puedan hacer uso de ella, haría falta un pequeño Max y toda la magia que solo es posible en los estudios de cine.