Muchas veces, las personas hacen o dejan de hacer cosas porque deciden por los otros. Asumen o interpretan los sentimientos de los demás.
Así, de esta manera se pierden y distancian personas que un día fueron muy cercanas, en el entendido de que la otra persona aprobará y aceptará una decisión que debió ser tomada por dos personas adultas.
En verdad, no siempre las personas están en el lugar, ni en la compañía que desearían, pero nunca se van por temor a probar la resistencia de sus alas, por miedo a no saber donde anidar o cómo regresar. Entonces permanecen, en un lugar en el que hace tiempo no los representa, ni les aporta nada para su crecimiento y futuro.
En otros casos, la gente sueña con regresar a un lugar en el cual ya no cabe. Sigue atada al pasado, a los buenos recuerdos que le brindó ese pasado, cree de forma errónea que, sin importar el tiempo transcurrido, al regresar al lugar del que un día salió, las cosas seguirán igual a cómo las dejó.
No existe mayor tristeza y frustración, para aquel que regresa a donde un día fue muy feliz o se sentía realizado y nota con tristeza que ya nada es lo mismo.
Es un error, tanto quedarse donde ya no es posible crecer, avanzar y lograr metas, como no pisar firme en el presente y apartar la vista del futuro, por seguir mirando al pasado.
Muchas cosas suceden y las personas casi de forma automática responden que sucedieron sin motivo aparente, pero en realidad, una gran parte de las cosas que le ocurren al ser humano tiene motivos reales, lo que pasa es que es mejor ponerse una venda antes que asumir responsabilidades.