Para todo y por todo, las personas buscan siempre el o los culpables y/o responsables de los resultados negativos o positivos de alguna cosa. De manera errónea, muchas veces se centran en otras personas, y entonces, apuntan con el dedo al causante de la situación que se genera.
Siempre será más fácil encontrar la culpa en otros, aun cuando muy en el fondo se sabe con certeza que el culpable es uno mismo.
Quienes tratan de evadir su culpa, acusan a factores como el tiempo, la distancia, la mala comunicación, la soledad, la monotonía, la falta de comprensión, en fin. Argumentos y excusas no faltan.
Todo eso, por carencia de valor para admitir que se es culpable por arrogancia, por deslealtad, por falta de compromiso, por estar enfrascados en una loca carrera tras la novedad, que no siempre se trata de perseguir lo mejor y lo de menos uso. Muchas veces, se trata de posesiones de segundas, terceras y hasta de cuartas manos.
Las personas justifican sus errores, esas que terminan lastimando a otros, precisamente acusando a las víctimas de sus acciones.
Más de una vez, hay quienes afirman que han hecho o dejado de hacer alguna cosa, empujados o persuadidos por otros. Esa es una tremenda irresponsabilidad y una penosa muestra de cobardía.
Todas las cosas suceden por alguna razón. Eso es cierto. Como también es cierto que cuando se carece de valores y responsabilidad, no se miden las consecuencias de las acciones propias y sus efectos sobre otras personas.
Es cuando comienza la desesperante búsqueda del culpable, que casi siempre será la propia víctima.
Por eso, es mejor, ante cualquier situación de esas en que como humanos nadie está ajeno a verse envuelto, no perder más tiempo y energías tratando de demostrar su inocencia, sino más bien, aprender a ser más cautos a la hora de confiar en otros, no importa en cual terreno.
Pues no importa qué, siempre, para todo habrá siempre un responsable, que terminará cargando la culpa del verdadero causante del problema.