Con frecuencia asociamos el transcurrir de nuestras vidas a las estaciones del año.
Los primeros años suelen ser comparados con la primavera, ese tiempo de cada año cuando las flores renacen, cuando muestran todo su color y esplendor.
Nuestra primavera estaría comprendida entre la infancia y a la adolescencia.
Desde que comenzamos a percibir nuestro entorno, a dar nuestros primeros pasos, a crecer a interactuar con los demás, a aprender. Desde que iniciamos nuestra historia de vida, cuando empezamos a vivir el presente que poco a poco se transformará en pasado, se dice que vivimos nuestra primavera.
Para entonces todo es más hermoso de la cuenta y del mismo modo vemos más terrible cualquier adversidad.
Somos muy inmaduros para saber que en la vida todo pasa por algo y que el dolor más grande, al final nos dejará una enseñanza invaluable.
El verano, nos llega y con él los amores, que no siempre se refiere al que existe en la pareja. En nuestro verano que abarcará los primeros años de la vida adulta y se extenderá casi a la mitad de un siglo, andaremos tan aprisa que muchas cosas buenas pasarán inadvertidas.
Casi al llegar a los 30 vemos tan lejos los 20 y nos lamentamos por todo aquello que no hemos podido hacer.
Empezamos muchos proyectos y terminamos muy pocos.
Creemos que tenemos la edad y experiencia suficiente para tomar nuestras propias decisiones sin consultar con nadie más.
Como el niño en la adolescencia que se encuentra atrapado entre la infancia y la edad adulta, nos sentimos muy viejos para unas cosas y demasiado jóvenes para otras.
Entonces nos preguntamos ¿qué nos traerá el otoño?