Por más de una semana se ha hablado del triste caso de la jovencita de 16 años que salió con su profesor de matemáticas, 19 años mayor que ella, un primo de éste y tres compañeras de clases, y que, luego de regresar a la casa, unas horas más tarde, fue encontrada sin vida en el baño de su habitación.
El horror, mezclado con el que debe ser el dolor más desgarrador que puede sufrir una persona, debieron apoderarse de los padres de Esmeralda Richiez, al descubrirla en las consideraciones en las que hallaron su cadáver y más aún cuando la joven vivió los últimos minutos de su agonía a una distancia tan escasa de donde sus progenitores dormían.
Tan pronto como comenzaron a relucir los primeros detalles de las confusas circunstancias en las que Esmeralda perdió la vida, pasando por lo acontecido horas antes del fatal desenlace, las opiniones han estado a la orden del día, unidas, al deseo de que quede claro lo ocurrido y que los responsables, porque los hay, paguen las consecuencias de sus actos.
Este es uno de esos sucesos que estremecen a la sociedad y como es de esperar, llama a reflexionar sobre la manera en que nuestros jóvenes están viviendo de forma acelerada, con poco o ningún control de los padres.
También, obliga a poner la mirada en las personas que forman parte de la formación y el desarrollo de los niños y jóvenes, es decir sus maestros, los líderes de grupos religiosos y culturales, a quienes muchas veces los padres les confían a sus hijos en el entendido de que están desarrollando una actividad productiva.
La sociedad completa se cuestiona, se siente responsable y al mismo tiempo agraviada por lo sucedido a esta joven, que bien podría ser la hija de cualquiera de los que hoy siguen con atención las informaciones su deceso.
Es una oportunidad dolorosa de hacerles entender a los jóvenes, que no importa la magnitud de sus errores, de los tropiezos que por su desobediencia tengan que sufrir, que a la hora de un problema, de una situación que crean no podrán solucionar, la persona ideal para recurrir por ayuda son sus padres. Sin importar lo decepcionado que un padre o una madre diga estar de su hijo, por nada en el mundo le negará su apoyo, su amor y ayuda incondicional y menos si se trata de salvarle la vida.