La gente, sin importar en qué país viva, ha colocado en manos de sus líderes su futuro y su bienestar. Deposita en quienes los “guían”, sus esperanzas de cambios, de progreso, de unas condiciones de vida necesariamente mejores.
Las personas convierten, a quienes aspiran dirigir los países, en el camino hacia sus sueños y anhelos.
Los cristianos tienen a Dios como guía y líder supremo, pero siguen fieles al consejo de Jesucristo, de “dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”.
Es decir, cumplir y seguir las reglas de la fe, del Todopoderoso, de su iglesia y de su pastor, sin dejar de cumplir con las reglas que imponen los gobernantes terrenales, en especial en el ámbito de la justicia.
El resto de los humanos, sin dejar de anteponer a Dios, aún cuando su fe se quebraría ante la más mínima “prueba”, centra sus esperanzas en los gobernantes de turno y en tiempos de campaña, se adhieren, no al candidato con las mejores propuestas, al más calificado, a aquel que presente una hoja, no sólo de servicio, sino de honestidad y transparencia incuestionables, se identificarán con aquel que les garantice, de manera particular, bienestar y progreso, ya sea porque conoce a alguien que lo puede “pegar” en el gobierno, o en el caso menos egoísta, porque en verdad confía en las promesas de realizaciones imposibles, que suelen hacer los políticos en campaña.
La gente sueña y eso es bueno. Sueña con que lo mejor está por llegar. Sueña que un día el interés particular será aplastado por el interés general, por el bien común, por la justicia social. Sueña con la equidad, con la igualdad de oportunidades. Sueña con la erradicación del clasismo y con él la odiosa manía de valorar a la gente por lo que tiene, sin importar lo que esa gente es.
La capacidad se soñar es, todavía, el motor para emprender, para dar la cara y afrontar los retos de cada día.
Soñar, permite que las personas sigan creyendo, confiando y esperando.
Lo malo no es soñar, lo malo es seguir creyendo que la solución de los problemas propios y colectivos llegará por las acciones que otros tomen.
Lo malo es sentarse a esperar que el gobierno arregle la vida de cada ciudadano, sin hacer su trabajo para lograrlo.
Es verdad, los gobiernos deben trabajar para favorecer el país que gobiernan, que sus medidas y realizaciones deben contribuir a una mejor calidad de vida, pero cada persona está obligada a trabajar para su propio progreso, para un mejor futuro, para alcanzar mejores condiciones de vida.
Sin trabajar, sin hacer el mayor esfuerzo, sin sacrificios, las personas no podrán jamás aspirar a mejorar.