Uno de los roles más importantes y hermosos, pero al mismo tiempo más difíciles y que implica el mayor compromiso para un ser humano, sin dudas, es el de ser padres.
Este, como todo en la vida, ha experimentado cambios importantes, que en su mayoría no han sido del todo beneficiosos.
La edad para convertirse en madre o padre, no es el factor más significativo a tomar en cuenta. Lo verdaderamente importante es la educación, la formación y tener conciencia de la responsabilidad, no sólo de dar vida a otro ser, sino de encaminar a ese nuevo ser humano por un sendero que necesariamente debe ser mejor que el transitado por ellos.
En los tiempos de nuestros abuelos, era común que las muchachas se “casaran” a los 13 o 14 años, a veces con un joven que no pasaba de los 18, pero eran tan fuertes los valores y la educación de hogar que habían recibido, que esa juventud nunca fue un obstáculo para asumir con madurez y responsabilidad el rol de padre y madre.
Hoy, existe una tendencia, en una parte de la población, a esperar una edad más avanzada para asumir la responsabilidad de ser padres, pero al mismo tiempo son alarmantes las cifras de embarazos en adolescentes, lo que ha dado paso a una generación de abuelas que no llegan a los 40 y algunas no pasan de 35 años.
Es decir, que si las abuelas son tan jóvenes, ni qué decir de las madres. Niñas que crían niñas, que transmiten a estas pequeñas todas las deficiencias de crianza que ellas tuvieron, les muestran un camino a seguir tan difícil y accidentado, que no les deja otra opción que incurrir en los mismos errores que sus progenitores.
Muchas veces, por tratarse de algo tan natural como la paternidad, las personas piensan que no es necesario prepararse y tomar previsiones, ni siquiera se detienen a pensar en la responsabilidad de tener en sus manos la vida, la seguridad y el futuro de otro ser humano. No entienden y jamás lo harán, que ser padres no es una tarea sencilla, es un rol hermoso, pero no es para todos.