Casi a todos nos han advertido, alguna vez en la vida, o tal vez más de una vez, sobre el peligro de demostrar y de decirle a otra persona, en especial a nuestra pareja, lo mucho que la amamos.
Algo con lo que no estoy de acuerdo. Si amas dilo, demuéstralo.
Esto no quiere decir, que la advertencia se limite a la relación de pareja.
Y es que se aconseja a padres y madres sobre los límites que deben existir entre el amor y la razón para poder disciplinar correctamente a los hijos.
Lo que en verdad no se debe es acusar al amor por nuestra falta de firmeza. No es justo culpar a ese hermoso sentimiento de nuestras debilidades y hasta de nuestra falta de sinceridad.
El amor entre los hermanos no debe ser excusa para pasar por alto las faltas graves que algunos cometen y cuyas consecuencias, al final, terminarán afectando a toda la familia.
Los amigos se quieren tanto, quizás porque cuesta tanto cultivar amistades sinceras y duraderas. Se consideran hermanos del alma. Ellos conforman nuestra familia por elección.
Sin embargo, todo el amor que nos une a nuestros amigos, no tiene porqué impedirnos decirles sus verdades en la cara.
El afecto que sentimos, no significa estar de acuerdo en todo.No significa que digamos a todo que sí. No nos obliga a aprobar todo cuanto hagan o pretendan hacer. Muy por el contrario.
La mejor manera de demostrarles nuestro amor, es preocupándonos por su bienestar.
Es impedir que cometan locuras de las que a la larga terminarán arrepentidos. Amar a nuestros hijos no significa dejarlos hacer todo lo que ellos quieran, cuando quieran. No significa dejar que vivan sin límites, ni responsabilidades. No es dejarlos ir por la vida irrespetando a los demás.
El amor a nuestra pareja no debe ser el pretexto para callar lo que nos hiere o lastima.
Tampoco debe ser motivo para aceptarlo todo sin pedir razones.
En el amor, del tipo que sea, la honestidad y la franqueza constituyen dos de sus pilares esenciales.
Decir lo que no nos gusta, oponernos rotundamente a lo inaceptable, rechazar aquello que no nos resulta grato, no es un reflejo de falta de amor, como tampoco constituye una prueba irrefutable de amor verdadero el decir que sí a todo, aceptar lo inaceptable, callar y guardarse para sí, por no lastimar a otros, mil reproches que se convierten en pequeñas dosis de veneno que poco a poco aniquilan el alma.