Hoy intenté varios temas. Empecé un par de artículos, pero ninguno los consideré a la altura de ustedes, nuestros lectores.
Unas veces, el tema giraba en torno a una situación específica, pero luego lo desestimé, pues, ahora comienzo a entender que es un error tratar de hacerle ver a otros sus faltas. Eso debe comenzar por el mismo infractor. Si uno mismo no las reconoce, no habrá poder humano que nos haga entender.
En un momento, ya llevaba muy adelantado un escrito sobre implementar algunos cambios en el día a día. Desechar algunos hábitos y comenzar a adoptar otros más convenientes, tanto física, como mental y espiritual.
Pensé, a lo mejor, al abordar este tema, puedo influir en alguien más, que entiende que puede y debe realizar algunos cambios favorables para sí.
Sin embargo, y a pesar de esta reflexión, decidí no terminarlo, pues “nunca se sabe quién está esperando que presentes tu estrategia o que dejes al descubierto tus reglas de juego para comenzar a crear las trampas o trate de vencerte con tus mismas armas”. Tras este furtivo pensamiento, renuncié a este tema.
Después, muchos episodios y momentos tristes llegaron a mi mente y comenzaron a tomar forma en la redacción de unos cuantos párrafos.
¡Detente! Me gritó mi yo sensato, aquel de quien me dejo llevar más de lo que parece.
“Ese tema es solo de tu interés, y por demás, solo a ti te importa”. Sin chistar, escuché la sensatez.
En un momento, y al ver que se me acaba el espacio y el tiempo para esta entrega, me cuestioné horrorizada, ¿será acaso, que comienzo a seguir la corriente del común de las personas que por conveniencia dicen u omiten, gritan o callan, lloran o ríen, niegan o afirman, quitan o dan?
No lo creo…
De ser así, dejaría de ser yo.
En virtud de que hay temas que solo son de mi interés, de que cada uno sabe cuándo detenerse y realizar cambios en su proceder, consciente de que cuando damos demasiado los demás nos perciben débiles y hasta inferiores, prefiero, al estilo del célebre estadista dominicano, dejar este espacio en blanco.