Desde el comienzo de la vida soñamos y anhelamos muchas cosas.

De niños, creemos que eternamente será un tiempo de juegos y diversión, que siempre seremos pequeños, que el mundo se quedará detenido en esa maravillosa etapa.

En la llamada edad de la inocencia, algunos, por los motivos más diversos, se desesperan porque sienten que el tiempo no pasa y que por lo tanto nunca van a crecer. Ven cada vez más lejano su deseo de ser adultos.

Aún bien entrada la adolescencia continúan contando los días para convertirse en hombres y mujeres independientes de sus padres, libres de elegir su destino y ansiosos por establecer sus propias reglas.

Cuando por fin termina la espera y ya son dueños de su propio destino, comienzan a darse cuenta de las responsabilidades y obligaciones que conlleva ser adultos.

Pero, aún disfrutan ser mayores.

Es cuando tienen que asumir la responsabilidad de otros, cuando en verdad comienzan los problemas.

Es cuando llega el momento de ser padres, de levantar la familia propia, cuando comienzan a entender a quienes le dieron la vida y comprenden porque no siempre los padres dicen: “si” y porque a veces dicen: “no”. Es el tiempo de asumir el rol paterno que antes tanto cuestionaron.

El ser humano, inconforme como suele ser, siempre desea llegar con desvelo a algún lugar, pero cuando llega, no se detiene a disfrutarlo, que pues ya tiene sus objetivos en otra parte. Así mismo, desea con toda el alma regresar en el tiempo, a sabiendas de que eso es imposible.

Unas veces lucha por olvidar de donde viene y es, quizás, por eso que no sabe a ciencia cierta hacia donde va.

Otras veces se aferra a sus raíces de forma tal, que estas se convierten en ataduras que le impiden emprender vuelo en el limitado cielo de las oportunidades.

Se siente tan apegado a lo que considera su mundo, su equilibrio, su seguridad, que prefiere renunciar a sus metas por temor a perder su comodidad.

Algunas veces hace y deshace la maleta, por momentos decidido a emprender el viaje, pero luego lo asaltan las dudas y el miedo al fracaso le hace dar marcha atrás.

No importa que tanto teman las personas enfrentar su destino, cualquier camino que escojan los llevará a él de manera irremediablel

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