La humanidad siempre espera que aparezca un ángel o un héroe que resuelva todos sus problemas, que traiga la paz y la prosperidad que conduzca a la felicidad tan anhelada.

Así vive la gente, esperando que la providencia divina se apiade de sus problemas y supla sus necesidades.

Piden, claman, imploran por todo aquello que desean y creen merecer, pero no hacen más nada que esperar a que sus súplicas sean escuchadas.

Las personas son incapaces de admitir que se han equivocado, que han hecho mal, por eso les resulta imposible aceptar que muchas de las adversidades que enfrentan, son el resultado de sus propias malas acciones.

Pocos o ninguno reconoce lo malo que ha sido o el mal que les ha causado a los demás, siempre justifican sus actos, aun cuando saben que con ellos han cometido una gran injusticia y causado un profundo dolor.

Esperar que la solución de los problemas que agobian a la humanidad, vendrá por la voluntad y las acciones de una persona, es lo que al final ha hecho perder la fe y la esperanza.

Es un error, atribuir a una persona el inmenso poder de cambiar el mundo, traer las mejoras esperadas y lograr el bienestar común.

Esa no es una tarea de solo uno.

Es una responsabilidad de cada uno.

Cada persona es responsable de resolver sus problemas, buscar su bienestar, proporcionarse la paz y lo más parecido a la felicidad, sin esperar a que alguien más haga lo que nos corresponde hacer a nosotros.
Es importante entender que es a nosotros a quienes corresponde hacerlo todo para vivir y sentirnos mejor.

Está en nuestras manos construir un mejor futuro, hacer las cosas bien hoy, para no sufrir las consecuencias mañana.

Nuestra vida, nuestro bienestar, nuestra felicidad y tranquilidad es responsabilidad exclusiva de nosotros y de nadie más.

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