Desde que se reconoce el poder y alcance de la Internet y las redes sociales en el mundo actual, las personas se vuelven cada vez más dependientes de los dispositivos electrónicos, en especial de los teléfonos móviles, los cuales son cada vez más inteligentes, más no así sus usuarios, sobre todo, los más jóvenes.
Es innegable la utilidad de la tecnología en todos los ámbitos de la humanidad, su uso en la ciencia, la salud, las comunicaciones y en la vida en general, ha permitido simplificarlo todo, acercar a los seres humanos y las naciones más remotas han acortado sus distancias entre sí.
Nada está tan lejos. No parece existir tiempo suficiente entre un acontecimiento y su difusión mundial. La tecnología influye en todo.
El trabajo de años desarrollado por las mentes más brillantes del mundo y con millonarias inversiones por parte de las personas económicamente más ricas, ha permitido llegar a un punto insospechado.
De seguro la intención de alcanzar el máximo desarrollo tecnológico fue esencialmente buena y sigue siéndolo, pero lo que no lo ha sido es el uso que muchas personas le dan.
Desde el cyberbullying, o utilizar las redes para hacer burlas de la apariencia física de otras personas, estafar y hasta conspirar y cometer asesinato, son parte de las utilidades que se dan a las redes sociales.
Es decir, algo que surgió para mostrar a la humanidad hasta dónde podía llegar, la gran capacidad del ser humano, su inteligencia y dedicación, ha sido aprovechada para hacer daño y hasta causar dolor y muerte.
No son las redes y la tecnología malas en su esencia, son las personas las que les han dado un uso perverso.
Ellas están desprovistas de sentimientos y por más “inteligentes” que sean, no pueden, por sí solas discernir entre el bien y el mal. El joven que se sienta con un dispositivo a elegir una víctima entre personas solitarias y tristes que navegan en páginas que ofrecen amor y amistad, ese es el malvado, no la computadora o el teléfono con el cuál concertó una cita para la muerte.
Una de las proezas de la humanidad es el cada vez más asombroso desarrollo de las comunicaciones, el grandioso triunfo de haber convertido al mundo en un pañuelo, cuyos extremos parecen estar cada vez más cerca.
Responsabilizar los avances tecnológicos y el alcance de las redes del dolor y el sufrimiento provocados por la maldad de algunos, aunque cada vez sean más, es más que una injusticia, es buscar culpables en el sitio equivocado.