A nadie se le ocurre pensar en las dimensiones que puede tener el alma de una persona. Es más, para algunos el alma es solo un conjunto de pensamientos y sentimientos, de recuerdos y anhelos. Otros jamás hacen mención de ella y para un increíble número de personas, los seres humanos son solo el cuerpo que habitan. Para los cristianos, el alma es todo. Es la verdadera esencia del ser humano y es lo único importante. Es el aliento que Dios le regaló a la humanidad y es de ella, de la que cada mortal le deberá dar cuentas al Todopoderoso, en el tribunal donde se llevará a cabo el tan anunciado y temido “juicio final”.
Los románticos aseguran que duele y llora por efectos del desamor, pero también vibra al contacto de la pasión.
Aseguran que la decepción por una traición la puede quebrar en mil pedazos y aunque poco a poco logre reconstruirse, ya no será la misma. Ahora será, sin dudas, más madura, más segura y más fuerte.
Por donde quiera que se mire, cualquiera que sea la opinión o la creencia y el lugar que se le dé, resulta interesante notar cómo, al final, ese cuerpo que tanto nos obsesiona conservar en buena forma, atractivo, físicamente saludable y joven, no tiene nada que ver con lo que al final son los seres humanos, que si bien ubican el alma en diferentes lugares, sigue siendo el motor de las acciones buenas y malas, de las actitudes, de los sentimientos, de los buenos y los malos pensamiento.
Para unos, su lugar de residencia es el centro del corazón, por eso es parte fundamental de los sentimientos, del amor y el desamor. Para otros, su hábitat es el cerebro, la consideran, en realidad, la razón o sinrazón con la que a veces actúan las personas.
Aunque es bueno decirlo, algunos creen que no es otra cosa que aliento de vida, las pulsaciones, la respiración, los signos vitales que nos dicen que aún formamos parte del mundo de los vivos.