Es muy frecuente que, en algún momento, pensemos en hacer o decir alguna cosa, pero, creyentes de que somos dueños del tiempo, lo dejamos para después, para otra ocasión.
A una persona solo le bastaría hacer algún ejercicio mental breve, para darse cuenta de que más de una vez ha estado ante un momento único e irrepetible, ante una oportunidad que no regresará, frente a un ser amado al que quizás no verá jamás en su vida. A todos nos ha pasado. En ese momento, a lo mejor, en más de una ocasión, se ha deseado decir o hacer algo y pensando en que siempre habrá otra oportunidad, lo dejamos para después. El problema es que a veces, ese después nunca llega.
Existen miles de ejemplos, es más, me atrevo a asegurar que todos podemos citar más de uno.
Desde sentir la necesidad de disculparse por haber lastimado a alguien, hasta admitir un error, dar un abrazo, decir quédate o dejar en libertad, más de una vez en la vida nos hemos arrepentido de haber dejado para después, para otro momento que no llega jamás.
Unas veces gana la timidez y otra el orgullo, la arrogancia o el temor a hacer el ridículo. Parece no importar, saber de sobra que la vida cambia en un instante y que también se pierde en un instante. Por eso, la gente no pierde el hábito de postergar, para luego lamentar y a veces lamentar por siempre. Algunas experiencias son más terribles que otras.
En mi caso, lo fue. Estaba, sin saberlo, ante un momento que no regresaría jamás, quise tomar una foto, pero me ganó la timidez. Solo unas horas después, lo lamenté por siempre.
Desde entonces, me digo y a todos les digo, que cuando sientan deseos de hacer, decir, ir a algún lugar, comprarse alguna cosa, darle un beso y un abrazo a una persona, no lo dejen para después, pues después podría ser muy tarde.
En la vida recibimos oportunidades que nunca más se nos vuelven a presentar, pero las dejamos pasar con cualquier pretexto, por eso, cuando nos damos cuenta de que nunca volverán, no nos alcanza la vida para arrepentirnos.
Lo de la fotografía fue solo un ejemplo. Uno realmente sencillo, aunque para mí, tiene un valor incalculable y nunca dejaré de arrepentirme.
Existen miles de oportunidades perdidas, de momentos que dejamos pasar, a veces de manera inadvertida.
Muchas veces nuestros instintos o corazonadas, nos estimulan a hacer o decir, pero dejamos que la llamada razón nos detenga. Sin embargo, cuando nos abate el arrepentimiento, esa razón que antes nos detuvo, se coloca a nuestras espaldas y descaradamente nos dice : “Nunca debiste escucharme”.
A raíz de eso, cada vez que deseo hacer algo o decirle alguna cosa a una persona, no dejo que nada me lo impida.
Nunca más he dejado para después, decir “te amo”, “lo siento”, abrazar y besar, ni tomar una foto. Y es que ¿por qué después, si puedo hacerlo ahora?