El paso del tiempo parece confirmar la expresión popular sobre las oportunidades y de la destreza que deben poseerse para no dejarlas escapar.
Lo malo es que el mundo está lleno de historias de oportunidades perdidas, lo que se traduce en un cúmulo de frustración y arrepentimiento eterno.
Las oportunidades son ciertamente escasas, en especial, las mejores, aquellas que se esperan toda la vida, pero sucede que cuando se presentan, somos incapaces de verlas, algunas veces enfrascados en cosas sin importancia, ni valor, pero que vencidos por la rutina, llegamos a confundir con lo realmente valioso.
¿Quién no ha dejado escapar la oportunidad que ha esperado por años? Más de uno ha pasado de largo sin notar la puerta abierta que los conduciría a aquello que tanto han esperado y por lo que tanto han luchado, pero la prisa les gana y cuando se dan cuenta, ya han caminado bastante, tanto que ya no cuentan ni con las fuerzas, ni con el tiempo para devolverse.
Otro gran aliado de la derrota, es el miedo. El miedo a fallar, a intentar, a perder, es en la mayoría de los casos, el mayor responsable de los fracasos y una causa primordial para perder, el que quizás sería el único chance de alcanzar la realización personal o profesional.
A veces, no solo es cuestión de temor o indiferencia, a veces, la culpa es de la arrogancia, de la creencia estúpida de creerse dueños del futuro.
En muchos casos, por creer merecerlo todo, las personas dejan pasar oportunidades de manera deliberada, confiadas en que no será la última, pero resulta que sí lo es y después no les alcanza la vida para lamentando.
Es necesario estar alertas para, sin dejar de vivir el presente, aprovechar cada una de las oportunidades que nos ofrece la vida, en especial, esas que nos llevarán a lograr todo aquello por lo que hemos luchado.