Jamás olvidaré la frase que dijo, en una conferencia, el periodista Jorge Ramos: “Los medios de comunicación deben parecerse a los pueblos en los cuales circulan”. Algo así.

Con el tiempo, me di cuenta que aunque no de la misma manera, muchos de los periodistas y ejecutivos de medios de nuestro país, creían en esa teoría y la ponían en práctica.

Es, de forma indiscutible, una manera de acercar y de acercarse a la gente, de incluirla, de hacerla parte de las páginas de los diarios y de las historias de los noticiarios.

En lo comercial, es una excelente estrategia para captar anunciantes, ya que quienes venden productos y servicios se animarán a colocar publicidad en un medio que les garantice un amplio alcance y por ende asegure el reconocimiento y la demanda de la gente.

Cada vez, me daba cuenta de que aquellos canales de televisión y periódicos, digitales en su mayoría, que utilizaban, en principio, un lenguaje más llano y directo, y en los últimos tiempos un lenguaje vulgar y soez, que aquellos programas que incluían segmentos que retrataban las esquinas de los barrios, los ambientes de los colmadones, o que invitaban a los exponentes de los géneros populares, en especial en el segmento social más bajo, alcanzaban la más alta colocación de publicidad y gozaban de una gran popularidad.

Lo malo es que en el afán por ser populares, vender, y en la era digital por ganarse muchos “like”, los medios impresos, han caído en una práctica que dista mucho de su esencia real.

Así como los medios y sus ejecutivos entienden su misión de acompañamiento a las causas sociales y han asumido su rol de ir de la mano con la gente, como un ente a través del cual exponer sus problemas y necesidades, esos mismos medios jamás debieron olvidar su rol de edificar y educar a la población, orientarla, aclarar sus dudas, contribuir a la buena educación, a través de la promoción de valores, resaltando los buenos ejemplos.

Hoy, es penoso y da vergüenza, ver la cantidad de espacio que desperdician los medios de comunicación, promocionando antivalores, fomentando en los más pequeños todo lo contrario al talento, el trabajo, la educación y la formación académica. ¡Una gran pena!

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