Con frecuencia, las redes sociales y medios de comunicación dan cuenta de informaciones sobre abusos de diferentes personas en contra de aquellos a quienes están supuestos a amar y a proteger.
No terminan las noticias de hombres que golpean o le quitan la vida a sus esposas, novias, ex esposas o ex novias, o a las madres o amigas de sus parejas o ex parejas. Tampoco faltan los padres abusivos o adultos en general que maltratan a sus hijos o a los hijos de sus vecinos.
La lista de víctimas es larga, como larga es la de la cantidad de abusos que se cometen cada día.
En la edad de la inocencia, cuando se es niño, aunque los gritos y los insultos producen gran tristeza y dolor, se tiene la creencia de que el abuso solo es tal si se llega a la agresión física.
Es cuando se alcanza cierto nivel de discernimiento cuando empieza a verse con claridad que existen múltiples formas de hacer daño, de lastimar, o simplemente de no cuidar lo suficiente a esas personas que se dice amar.
Existen tantas formas de mostrar el amor, el afecto, tantas maneras de cuidar y proteger a las personas que dan y solo esperan recibir el afecto y cariño que ellas a su vez entregan.
Sin embargo, en muchos casos, quienes más seguros y protegidos deben sentirse, terminan con una profunda tristeza y no pueden evitar el llanto mientras soportan en trago amargo del desencanto, porque han recibido todo lo opuesto a aquello que esperaban de esa persona en que tanto confiaban.
Destruir la confianza de un niño, en el caso de unos padres negligentes o abusivos, es destruir el futuro de una persona que va a tener serios problemas de confianza y cuya autoestima será muy difícil de reconstruir.
Lo mismo pasa con el amigo que rompió su promesa de guardar ese secreto que era el sostén de una “sólida amistad”.
Es importante saber lo que a uno no le gustaría que alguien le hiciera, y así entender que como a uno, a los demás les dolería igual.
Cuidar de los seres queridos es cuidar de uno mismo, regalar felicidad a otros, al final nos hará más felices a nosotros.