Desde niño escucho a mi madre expresar: “Debo cumplir”. El motivo puede ser triste o alegre, un detalle o una situación compleja. Y luego de su diligencia, cuando llega al hogar, dice con propiedad: “Ya cumplí, me siento bien”. Y hasta se toma el derecho de “cumplir por sus hijos”, cuando se nos dificulta estar en el lugar. “Cumplir”, para mi progenitora, es un mandato divino.
Como crecí vestido con ese verbo, no es de extrañar que reflexione sobre el mismo. Inicio con dos preguntas: ¿Acaso me escondo o huyo cuando debo cumplir con el prójimo que me necesita? ¿Soy tolerante para juzgar mis incumplimientos, pero inmisericorde para enjuiciar las faltas del otro? Continúo.
Si somos responsables y en algún momento, por dejadez, incumplimos nuestro deber, no dormiremos en paz y nos invadirá un sentimiento de culpa que ni el eterno arrepentimiento disipará con facilidad. Si por causa fortuita o de fuerza mayor no podemos cumplir, al afectado se le explican las razones, ofreciendo sinceras disculpas. Seguro entenderá.
El verbo “cumplir” no está en el diccionario al que consultan sus sentimientos las personas cobardes, frustradas y carentes de valor. Eso sí, a veces son implacables para exigir que otros cumplan y hasta se atreven a demandar que los sancionen.
El que no cumple fracasa. Podrá engañar por un tiempo, pero más temprano que tarde su condición queda al desnudo y la soledad se convierte en su compañera de infortunio. “Cumplir” es hacer lo correcto, lo que nos impone el deber y nos dictan la razón y el corazón.
“Cumplir” no es compatible con la maldad, el odio, el desdén, el temor, la traición, el robo o el atropello a la dignidad del otro. “Cumplir”, en esencia, es no hacer daño, que para eso están otras palabras como “engatusar”, “traicionar” y “mentir”.
¿Cumplo con mi familia? ¿Cumplo con mis deudas? ¿Cumplo con mi trabajo? ¿Cumplo mis promesas hechas públicas o las que me hago a mí mismo, ambas importantes? ¿Acaso soy un cumplidor a medias, a retazos, dependiendo de mis antojos y no de mis responsabilidades frente a la sociedad, conmigo y con mi entorno?.
“¡Ánimo! Todo pasa. Ama tu trabajo y no dejes de cumplir tu deber cada día”, nos decía Don Bosco. Cumplamos nuestro deber cada hora y segundo, sin posposiciones, excusas, lamentos, miedos y reparos.
Cumplo, no para complacer o me vean gracioso, para luego, entre muecas, me aplaudan. Cumplo en silencio, henchido de convicción, porque debo y siento llegado el turno y es una responsabilidad inherente a mi conciencia. “Cumplir” es un verbo hermoso, aprendamos a conjugarlo como Dios manda, como lo hace Elsa Brito de Domínguez.