Las campañas políticas nublan las razones y exacerban las pasiones, y los temas se tratan más por conveniencias electoreras que con objetividad y sensatez, pero si bien esa es una práctica difícil de corregir hay asuntos que por su trascendencia deberían ser apartados de la batalla electoral, pues afectan medularmente al país, cuyo interés se supone que todos los que aspiran a llegar al poder prometen defender.
Aunque el tema de la relación dominico-haitiana ha sido utilizado desde hace décadas en ambos países con la intención de ganar capital político, debemos tener la madurez para comprender que el mayor desafío que tiene esta isla compartida es el adecuado manejo de sus recursos naturales, particularmente del agua, pues debido a su alta vulnerabilidad y a los estragos cometidos en la parte oriental de la isla, Haití está entre los diez países más vulnerables al cambio climático, que constituye una amenaza cada vez más palpable en el mundo. Por consiguiente, el actual conflicto por la construcción en Haití de un canal en el río Masacre sin haber respetado los mandatos del Tratado de paz, amistad y arbitraje entre ambos países firmado en 1929, y que se ha alegado tiene fallos técnicos críticos que conllevan riesgos de inundaciones derivados de la altura del canal con respecto al cauce del río, el cual motivó la decisión del cierre total de las fronteras desde el 15 de septiembre pasado por orden del presidente de la República, es una disputa que debe marcar un precedente para el adecuado manejo de los recursos hídricos binacionales, cuyo futuro se avizora poco halagüeño por los efectos del cambio climático.
La ausencia de autoridades legítimas en Haití complica más la situación, pues luego del magnicidio del presidente Moïse el 7 de julio de 2021, hay un vacío de poder con congresistas cuyos mandatos vencieron, y un primer ministro, Ariel Henry, que aunque había sido escogido dos días antes del asesinato del presidente no había sido juramentado, el cual si bien asumió su mandato por el apoyo de distintos países se ha mantenido precariamente en el poder, y carece de legitimidad necesaria para ejercer su autoridad, lo que por demás es un reto en un país tristemente asaltado por pandilleros y bandas que lo han abusado, igual o más que todos aquellos que la historia reseña, y que el pueblo haitiano ha culpado siempre de su desgracia.
Aunque algunos opinan que las recientes declaraciones del primer ministro haitiano sobre el derecho soberano de ese país a utilizar los recursos hídricos binacionales es un respaldo a la construcción por grupos privados del canal, hay que también prestar atención al hecho de que el líder de la banda criminal haitiana G9 Jimmy Chérisie, denominado como “Barbecue” por repugnantes razones, no solo ha pedido su renuncia, sino que días antes a su discurso en la asamblea anual de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) durante una manifestación organizada por “Vivir Juntos”, entidad que increíblemente reúne a las pandillas, había dado total respaldo a la construcción del canal.
Los canales diplomáticos, la mediación internacional y el diálogo son el camino para conducir a soluciones, pero las particulares circunstancias de nuestro vecino Haití dificultan esa travesía, pues ni existen interlocutores legítimos, ni las autoridades tienen control sobre los grupos, incluyendo los que construyen dicho canal, ni seguridad jurídica para que la construcción se haga con el rigor técnico que garantice la no afectación, ni para que se cumpla con acuerdo alguno al que se arribe.
Todos sabemos que nuestro presidente no se ha cansado de insistir en su llamado de atención a la comunidad internacional para buscar una solución al trágico problema haitiano, enfatizando que no hay una solución dominicana al mismo, y quizás fruto de esto y de la crisis por el canal en vísperas de la asamblea de la ONU, parece que esta ha recordado que es urgente que actúe y deje de mirar alrededor para ver quién se atreve primero. Ciertamente es un gran desafío cargado de riesgos, pero solo “metiéndose en la candelá” como se dice en el argot dominicano, podrá librarse a Haití de su peor yugo, no solo el de las pandillas criminales que lo azotan, sino el de tantos nacionales haitianos que han preferido lucrarse, a asumir sincera y responsablemente la causa de su país.