EE.UU. habría confiscado avión de Maduro por las sanciones contra Venezuela
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He pasado gran parte de mi vida persiguiendo metas. Viajes por el mundo, certificaciones, posgrados, y maestrías llenaban mi agenda y ocupaban mi mente. Cada uno de estos logros fue el resultado de un esfuerzo titánico, de noches interminables y de una autocrítica que nunca me dejaba descansar. Me decía a mí misma que el momento de sostener esos diplomas en mis manos sería el clímax de mi esfuerzo, la culminación de mi propósito. Pero, la verdad es que la realidad no siempre se ajusta a nuestras expectativas.

Recuerdo la primera vez que me di cuenta de esto. Acababa de obtener un título que me había costado años de esfuerzo. Había imaginado el orgullo y la satisfacción que sentiría, pero en lugar de eso, una vez que el diploma estaba en mis manos, ni siquiera lo colgué en la pared, entonces, en ese momento me enfrenté a un inesperado vacío.

¿Dónde estaba esa euforia que había anticipado? ¿Por qué, después de todo ese esfuerzo, me sentía más vacía que nunca?

Cada meta que me proponía se convertía en mi razón de ser, mi propósito diario. Pero tan pronto como la alcanzaba, ese propósito se desvanecía, dejándome con una sensación de pérdida. Al principio, no sabía cómo explicarlo. Después de meses, a veces años, de enfoque constante, me quedaba preguntándome, ¿y ahora qué?

La adrenalina de un nuevo desafío era innegable. Sentía una emoción indescriptible al embarcarme en cada viaje, al ser aceptada en un nuevo programa, o al completar un proyecto significativo. Pero esa emoción era efímera. Tras la euforia, venía la inevitable caída. Me encontraba de nuevo en ese lugar familiar de vacío, como si todo lo logrado se evaporara de repente.

Con cada logro, una nueva puerta se abría en mi vida. Y aunque esas puertas me llevaban a nuevas oportunidades, también traían consigo una abrumadora incertidumbre. ¿Qué viene ahora? Esa incertidumbre, disfrazada de libertad, podía ser paralizante. No era solo el vacío de lo que había dejado atrás, sino también el miedo a lo desconocido que se cernía sobre mí.

He llegado a comprender que como seres humanos estamos atrapados en un ciclo de deseo perpetuo. Al alcanzar una meta, casi de inmediato surge la necesidad de fijar otra. Este ciclo, en lugar de llenarme, a menudo me dejaba con la sensación de que nunca era suficiente.

El vacío volvía, reclamando ser llenado con algo más.

A lo largo de mis años, he aprendido que ese vacío es parte del proceso. Es un recordatorio de que no son los logros los que me completan, sino el continuo crecimiento y la búsqueda de propósito.

Ahora, en lugar de temer ese vacío, lo acepto como una oportunidad para reflexionar, recalibrar, y seguir avanzando, siempre con la vista puesta en un nuevo horizonte.

Es en ese vacío donde encuentro el espacio para descubrir, una vez más, quién soy y hacia dónde quiero ir.

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