Hace unos días recordé una película que vi hace tiempo: “La invención de la mentira”. En ese mundo ficticio, nadie mentía. No existían las excusas, los cumplidos falsos ni las verdades a medias. Todo era brutalmente honesto. Al principio, la idea parecía insoportable, pero después me hizo preguntarme: ¿cómo sería un mundo donde no tuviéramos que dudar de lo que nos dicen?

Pensé en eso esta semana, cuando escuché una mentira evidente. No era algo importante. Solo un pequeño engaño de esos que escuchamos a diario: el mesero que dice que la cocina está cerrada cuando claramente no quiere tomar más pedidos, el técnico que promete venir “mañana sin falta” y nunca aparece, el amigo que cancela a último minuto con una excusa que suena fabricada. Son mentiras pequeñas, casi inofensivas. Pero cuando empiezas a notarlas, te das cuenta de lo incómodo que es vivir en un mundo donde nunca estás del todo seguro de si alguien está siendo sincero.

Porque, ¿qué pasa cuando la transparencia deja de ser la norma y se convierte en la excepción? Nos volvemos más desconfiados, más cínicos. Nos acostumbramos a leer entre líneas, a dudar, a hacer suposiciones. Y eso desgasta.

No es que esperemos la verdad absoluta todo el tiempo. A veces, la cortesía exige ciertos filtros. Pero hay una gran diferencia entre suavizar la verdad para ser amable y mentir por conveniencia. Y cuando la mentira se vuelve un hábito, incluso en cosas mínimas, algo se rompe en la confianza que tenemos en los demás.

Es triste darse cuenta de que la palabra de alguien no siempre significa lo que debería. Que un “te llamo luego” rara vez implica una intención real, que un “lo siento, no pude” a menudo significa “simplemente no quise”. No es el contenido de la mentira lo que molesta, sino lo que representa: la decisión de no ser transparente.

En la película, el personaje que descubre la mentira tiene un poder inmenso porque puede decir cualquier cosa y los demás lo creen sin cuestionar. En nuestro mundo, la mentira es tan común que ocurre lo contrario: la verdad muchas veces necesita ser probada. Y eso, en el fondo, es agotador.

Tal vez no podamos cambiar la naturaleza humana, pero sí podemos elegir ser más conscientes. Elegir decir la verdad cuando realmente importa. Porque, aunque la honestidad a veces incomode, no hay nada más valioso que la tranquilidad de saber que cuando alguien te habla, puedes creerle.

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