Es bien sabido que la forma de hacer comunicación ha cambiado en el mundo con la utilización masiva de las redes sociales y el surgimiento de más programas y espacios políticos y sociales.
Esos cambios han provocado revueltas sociales y un mayor empoderamiento ciudadano. Sin embargo, han abiertos más puertas para que cualquiera entre a las cabezas de los receptores con malas intenciones, intereses particulares, alejado del bien común y sembrando ignorancia.
Entre los aspectos negativos que ha traído la nueva comunicación, está el incremento de espacios televisivos, radiales y de redes sociales en los cuales comentaristas representantes de partidos políticos expresan opiniones sin ideologías, ni norte definido, más allá de sus intereses y del grupo perteneciente.
La objetividad de los hechos y la consecución de las verdades, predicadas por arquitectos y expertos de la comunicación, son aspectos desconocidos o ignorados por la mayoría de “los comentaristas interesados”, cuyas formaciones profesionales, si las tienen, en su mayoría son de carreras distintas a la comunicación social.
Esas características provocan que cualquiera con un poco de lucidez en su pensamiento conozca la posición sobre un tema de determinado comentarista antes de expresarla. Eso estimula el alejamiento de receptores inteligentes y no fanáticos.
Lo peor en la mayoría de los casos es que “los comunicadores interesados” son veleros, sin ideologías y no les importa si sus defendidos tienen algún norte político, social y económico bien definido.
Pero como todo no es absoluto, hay también muchos buenos comunicadores, que realizan sus labores con la mayor objetividad, inteligencia y alejados de colores e intereses particulares.
La forma de practicar comunicación “interesada” coincide con el comportamiento social definido desde hace muchos años por el catedrático de la radio Álvaro Arvelo Hijo, como el “dame lo mío”.
Debemos reflexionar sobre la pertinencia para el futuro y el bien de los ciudadanos de continuar apoyando ese tipo comunicación interesada, con débiles fundamentos, apegada solo a provechos particulares y no sociales; contraria a las líneas que deberían tener los medios como conductores sociales.