Recientemente, mi hijo de apenas ocho años se asombró por la imprudencia cometida por un conductor. Ese “mal educado” se subió por encima de los pilotillos para acceder a un paso a desnivel primero que otros vehículos que estaban delante del suyo.
Esa es una escena que se repite a diario en las vías de las principales ciudades de nuestro país, bajo el sufrimiento de otros conductores que manejan con decencia y apegado a la norma de seguridad y respeto al prójimo. Algunos conductores decentes solo reprimen a los “robadores de espacios” con bocinazos y “san antonios mentales”.
Este tipo de imprudencia es cometida, a veces, bajo la vista gorda de agentes de la Dirección General de Tránsito y Transporte Terrestre, DIGESETT, a sabiendas de que ese tipo de acciones es sancionada y tipificada en la Ley de Movilidad, Transporte Terrestre, Tránsito y Seguridad Vial (63-17) como manejo temerario, porque pueden provocar un accidente, como ha sucedido en algunas ocasiones.
La repetición de esas y otras imprudencias en las vías de comunicación terrestre muestra, además de dejadez en la imposición de sanciones económicas a los infractores, la falta de educación vial y de conciencia de la mayoría de conductores, que manejan como “culebras” que se mueven solas en calles, avenidas, autopistas y carreteras.
Si se continúa con ese tipo de comportamiento, los esfuerzos de ampliación de vías, reforzamiento del transporte del público y otras soluciones no tendrán el impacto de agilización del tránsito terrestre esperado, principalmente, por los habitantes de las grandes ciudades, como el Gran Santo Domingo y Santiago.
La educación vía y la concientización sobre la responsabilidad al conducir es una materia que debemos reforzar en los centros educativos, iglesias, grupos comunitarios y a través de campañas masivas por las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales, por el bien común.