En “El canon occidental” la apreciación sobre la literatura hispanoamericana de Harold Bloom es limitada, solo contiene dos nombres supremos: Borges y Neruda. Para el autor Shakespeare “es la figura central del canon occidental”. Esto, obviamente, en relación con lo que podríamos llamar “alta literatura” o “clásicos de la literatura”, pues siempre he creído que cada generación e, incluso, cada lector, debe hacer su propio canon.

Pero, volviendo a Shakespeare y siguiendo al afamado Bloom, empecé a pagarle una vieja deuda. Y lo hice por la tragedia de Macbeth.

Como todos los clásicos el texto tiene múltiples posibilidades y sería un error sintetizarlo como la representación de la ambición de poder, pues la obra es eso, pero mucho más que eso también. Un conflicto donde se mueven varios personajes interesantes, diríamos que “arquetípicos”, y fuerzas oscuras que empujan al regicidio.

Las fuerzas oscuras están representadas por “las tres hermanas fatídicas”, las brujas: “Tan resecas y de atuendo tan extraño que no semejan habitantes de este mundo, estando en él”, y que predicen el reinado de Macbeth y la real descendencia de Banquo, pero también la caída del futuro rey. Sin dudas, las brujas son personajes claves en la trama. Ellas fijan en la mente de Macbeth su deseo de gobernar, pero aun así lo contienen temores que necesitarán de un personaje para desbordarse, su esposa: Lady Macbeth.

Personalmente, Lady Macbeth es el personaje que más me atrae, es tremenda la tensión cuando esta lee en una carta que le envía su esposo donde le describe la escena con las brujas, y sabiendo que éste se contiene en sus deseos, expresa: “…serás lo que te anuncian. Mas temo tu carácter: está muy empapado de leche de bondad para tomar los atajos. Tú quieres ser grande y no te falta ambición, pero sí la maldad que debe acompañarla. Quieres la gloria, mas por la virtud; no quieres jugar sucio”. Y, con esta determinación, convence a su esposo, matan al rey Duncan y gobiernan Escocia.

En el camino hacia el regicidio Lady Macbeth, decidida a tomar el poder y ser reina, dice: Venid a mí, espíritus que servís a propósitos de muerte, quitadme la ternura y llenadme de los pies a la cabeza de la más ciega crueldad”. O, aconsejando a su esposo, antes de la visita del rey y del asesinato: “Para engañar al mundo, parécete al mundo (…) Parécete a la cándida flor, pero sé la serpiente que hay debajo (…) Muéstrate sereno, mudar de semblante es señal de miedo”. Estas palabras son poco más que maquiavélicos consejos políticos.

Sin embargo, esta determinación y crueldad para llegar al poder asesinando al buen rey Duncan, y que continuó después por temores de que alguien cuestionase su poder, no le dejaban dormir y la tenían casi al borde de la locura.

Efectivamente, se levantaba sonámbula, ya siendo reina, y recorría el Palacio durante un cuarto de hora y hacia “como si se lavara las manos”, frotándoselas, queriendo el imposible de limpiarse la sangre de sus manos traidoras: “¡Fuera maldita mancha! ¡Fuera te digo!”.

Shakespeare no encabeza mi canon personal, pero sin dudas, como diría un mecánico amigo: el hombre era un duro, duro.

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