Raquel Rosario Sánchez
En el siglo segundo de la era común (siglo II EC), el físico Areteo de Capadocia, escribió: “En el medio de las mujeres yace el útero, una viscosa femenina que se parece a un animal, pues se mueve aquí y allá dentro del cuerpo. También se mueve para arriba en línea directa hacia el cartílago del tórax, y de manera oblicua hacia la derecha y la izquierda, rumbo al hígado o el bazo… es completamente errático. Se puede decir que es un ser vivo dentro de un ser vivo”.
Los contemporáneos de Areteo se obsesionaron con medicalizar aquel útero deambulante, pues consideraban un gran peligro que una mujer ande por ahí, con el útero como chivo sin ley, dándole vueltas por todo el cuerpo. Entre los estragos que creían que este podía causarle se encuentran los dolores de cabeza, el vértigo y hasta la muerte repentina. La principal cura para el útero deambulante era el matrimonio, para que, luego de casadas, las mujeres permanecieran constantemente embarazadas. Estos embarazos, supuestamente, mantendrían el útero quieto y ocupado.
Aparte del útero deambulante, y si estamos haciendo un recuento histórico de la patologización del cuerpo de la mujer, no podemos olvidarnos de la famosa ‘histeria’: otro supuesto padecimiento que se inventaron los hombres que practicaban medicina en la antigua Grecia para diagnosticar como enfermas a todas aquellas mujeres que exhibían conductas contrarias a la femineidad, como ser ambiciosas, belicosas, o abiertamente inteligentes. Inicialmente, la histeria fue considerada una condición fisiológica (relacionada al útero), luego se consideró psicológica (que afectaba la capacidad intelectual de las mujeres), y eventualmente se consignó al sistema nervioso (como condición psicosomática).
Casi una eternidad después de la época de la Antigua Grecia, la idea de la mujer intrínsecamente defectuosa persistía. En el año 1898, el journal científico Revista Alemana de Educación Física publicó el siguiente diagnóstico: “Movimientos bruscos en el cuerpo pueden causar un desplazamiento en la posición del útero, así como un prolapso y sangrado, lo cual puede provocar esterilidad. Esto derrotaría el verdadero propósito de la vida de las mujeres, que es, traer al mundo bebés saludables”. Con el término ‘movimientos bruscos’ se referían a ejercicios como correr o saltar. Y cuando escribieron ‘prolapso’, lo que querían decir es que si la mujer rututeaba mucho, el útero se le podía caer. ¿Cómo? ¡Quién sabe!
Estas ideas buscaban desincentivar la participación de las mujeres en la vida pública en un momento histórico en que, a nivel global, la mujer peleaba por el derecho a la educación superior y al sufragio. Entendemos que, diagnosticar como dañado el cuerpo de las mujeres fue, y continúa siendo, una táctica para ejercer control sobre ellas. Aunque arcaicos, estos estereotipos se han inmortalizado en el folclor popular en diversas adaptaciones.
Este artículo analiza un fenómeno en el que la medicina no solo crea, sino que perpetúa mitos sexistas que malogran la salud de las mujeres. Los médicos antes mencionados construyeron carreras filosofando y diagnosticando mujeres cuya enfermedad más grave fue nacer niñas en un sistema patriarcal. Más que ideas, estas teorías se enraizaron como legítimas, traduciéndose en prácticas médicas, peligrosas pero convenientes, pues servían para justificar el rol subordinado de las mujeres, y para enriquecer el estatus quo galeno que les sacaba ganancia a las prescripciones innecesarias… como siempre, resulta difícil hablar del patriarcado sin mencionar su hermano del alma: el capitalismo.
Sobre las repercusiones letales que el binomio patriarcado-capitalismo tiene hoy en la República Dominicana, y sobre la medicalización innecesaria de las funciones fisiológicas del cuerpo de las mujeres, hablaremos en el próximo artículo.