Nada de envejeciente, anciano o adulto mayor. El cálculo de la tercera edad no se sabe a partir de cuándo se cuenta, pero nadie se siente pertenecer a ese rango etario en que no hay preocupaciones por el porvenir porque este ya llegó y es más lo recorrido que lo que falta. Poco importa el qué dirán, se ha demostrado para lo que se da y su carácter alejó a los que tenían que irse, los amigos ya están probados en las desgracias y en las grandes alegrías; los que no, poca falta hacen.
Que nadie le controle la ropa ni las carcajadas, los años vividos le dan derecho para hacer hasta el ridículo si quiere, total, para lo que importa. Si se burlan, allá ellos, sus prioridades han cambiado y le importa más no tener achaques al día siguiente, que lo que piensen los demás. Nada de cuidar nietos, que se busquen niñeras porque, si poca fuerza había para criar a los hijos, menos la habrá para dominar una raza mutada con energía renovada y sin obediencia en su programación.
Fuera la papilla, las frutas y las gelatinas, ya ese cuerpo es inmune y lo que le pudo hacer daño, ya lo hizo. Un desarreglo hay que hacerlo cuando el ánimo todavía lo permita, quién sabe cómo se amanezca al otro día porque los años siguen pesando y pasando factura. Cero control de los hijos, que por mayores no los crean inútiles. Mientras quede un rastro de cordura, las decisiones se toman solas, después tocará hacerlo a otros, cuando los recuerdos abandonen la mente para dejarlo en el limbo de la irrealidad pero, llegado ese momento, ni cuenta se dará.
Prohibida la exclusión, se quiere estar en todas y para todo. Todavía se tiene mucho qué dar, aunque se repitan las mismas historias. Fuera el bastón, muletas o andadores, para eso, es preferible quedarse sentado. Las mecedoras son para un reposo mañanero, después, que la ocupen los gatos. Intolerable que se hable de ellos para disponer, como si no existieran. Los bienes se reparten cuando toque, no antes. Así que se hagan planes cuando se abra la sucesión, mientras tanto, se puede malgastar y hasta regalar lo que hay, que para algo se trabajó por mucho tiempo; nadie puede opinar si no lo ayudó a producir.
Nada de mañas de viejos, esas existieron siempre, lo que pasa es que se notan más en esta etapa. A este nivel existencial y en el umbral de su vida, los velorios se sufren, no tanto por el que se va, sino por la incertidumbre de cuándo tocará ser el próximo.