Vivir del cuento es una frase aplicable a los personajes dedicados a recostarse en los demás, no solo porque delegan sus responsabilidades, sino porque entienden que corresponde a los otros hacerles la existencia llevadera y plácida.
Estos especímenes abundan en los lugares de trabajo donde tienen un especial ojo para detectar el agra/desgraciado sobre el que colocarán el peso de sus obligaciones, sin que el superior se dé cuenta, ni la misma víctima -que estaría cargando doble y cobrando la mitad- quien no lo denuncia porque el susodicho tiene una especial habilidad de hacer creer que ha sido el de las ideas y su puesta en práctica. Tiene un fino olfato para saber colocarse donde el capitán lo vea y una capacidad innata de nutrirse de la savia de los conocimientos ajenos, que luego exhibe como propios.
En los grupos, usa las enfermedades como excusa o dice encontrarse ocupado, precisamente para que no lo ocupen en nada. Está siempre listo, pero para tener el mejor pretexto de evadir sus encargos. Cuando era estudiante se mantenía por debajo del radar del profesor que, con suerte, lo ignoraba, por lo que podía faltar a clases sin que su ausencia se notara. Sabe que los estudiantes que se recuerdan son los mejores y los peores y él, como no era ni lo uno ni lo otro, en las asignaciones colectivas se recostaba de los primeros, gracias a ese detector con que sabía identificar a los cerebritos del curso.
Su simpatía, encanto y personalidad lo hace irresistible para ganar adeptos que estén dispuestos a cubrirle sus fallas e ineptitudes. Se cree el líder para distribuir funciones de las cuales no asume ninguna; es aquel que, al llegar la cuenta, deja la cartera, ha ido al baño o recoge de sus compañeros el total de lo consumido en efectivo para pagar ese mismo monto con su tarjeta de crédito y quedar excluido de la repartición.
En los equipos deja que el más brillante tome la delantera para colocarse justo al lado, tan cerca como para gozar del protagonismo y le ilumine su esplendor, pero a una distancia prudente para no asumir los afanes propios de la encomienda. Lanza al aire el verbo haber en presente de indicativo y en tercera persona del singular, porque será ese tercero quien ejecutaría el infinitivo que le sigue a su infaltable: “Hay que” en lugar del: “Vamos a”. Es un estratega innato, sin duda, si la energía y tiempo que dedica a acomodarse los empleara en las funciones que le competen, fuera el más eficiente de los trabajadores o el más destacado de los profesionales.