Antonio Pigafetta, cronista del viaje de Fernão de Magalhães y Sebastián Elcano alrededor del globo, relata: “… para continuar nuestra ruta, llegamos a los 49° 30’ de latitud sur, donde encontramos un buen puerto; y como ya se nos aproximaba el invierno, juzgamos conveniente pasar ahí el mal tiempo. … (Cuando) menos lo esperábamos … (vimos) a un hombre de estatura gigantesca. Estaba en la playa casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo y echándose arena sobre la cabeza. El comandante (ordenó) a uno de los marineros (que) hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad y de paz, … tan bien comprendido que el gigante se dejó tranquilamente conducir a (la) isla a que había abordado el comandante. Yo también … me hallaba allí. Al vernos (levantó) un dedo hacia lo alto, … (para) significarnos que pensaba que habíamos descendido del cielo. Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura. Era bien formado, con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas. Sus cabellos, … parecían blanqueados con algún polvo. Su vestido, … era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, … (que) tiene la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo y la cola de caballo, cuyo relincho imita. Este hombre tenía también una especie de calzado hecho de la misma piel. Llevaba en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, … más gruesa que la de un laúd, había sido fabricada de una tripa del mismo animal; y en la otra mano, flechas de caña, cortas, en uno de cuyos extremos tenían plumas, … , y en el otro, en lugar de hierro, la punta de una piedra de chispa, matizada de blanco y negro… , de la cual también … fabrican utensilios cortantes para trabajar la madera.
El comandante … mandó darle de comer y de beber, y entre otras chucherías, le hizo traer un gran espejo de acero. El gigante, … que por vez primera veía su figura, retrocedió tan espantado que echó por tierra a cuatro de los nuestros que se hallaban detrás de él. Le dimos cascabeles, un espejo pequeño, un peine y algunos granos de cuentas; en seguida se le condujo a tierra, haciéndole acompañar de cuatro hombres bien armados. Su compañero, que no había querido subir a bordo, viéndolo de regreso en tierra, corrió a advertir y llamar a los otros, que, notando que nuestra gente armada se acercaba hacia ellos, se ordenaron en fila, estando sin armas y casi desnudos, dando principio inmediatamente a su baile y canto, durante el cual levantaban al cielo el dedo índice, para damos a entender que nos consideraban como seres descendidos de lo alto, señalándonos al mismo tiempo un polvo blanco que tenían en marmitas de greda, que nos lo ofrecieron, pues no tenían otra cosa que damos de comer. Los nuestros les invitaron por señales a que viniesen a las naves, indicándoles que les ayudarían a llevar lo que quisiesen tomar consigo. Y en efecto vinieron; pero los hombres, que sólo llevaban arcos y flechas, hacían que las mujeres cargaran como bestias”.